Gabo, el que nos faltará a los periodistas

Hace exactamente un año que Gabriel García Marquez se  fue dejando un gran vacío en el mundo de las letras y en el del periodismo. Nos sigue haciendo falta pero seguirá siempre siendo el ejemplo a seguir entre los que seguimos creyendo que, pese a todo, el periodismo es el mejor oficio del mundo. Este texto fue publicado en el periódico mexicano El Gráfico el año pasado, un día después del fallecimiento de Gabo. Hoy lo recordamos, en su primer aniversario luctuoso.

Por Elizabeth Palacios

“El mejor oficio del mundo”, decías que era este que me une a ti. Empezaste como muchos de nosotros, con miedos y con errores pero con el paso del tiempo te diste cuenta que el periodismo iba mucho más allá del cuando, dónde y cómo. Más lejos que la simple pirámide invertida, mucho más profundo que el ‘dijo’, ‘afirmó’, ‘señaló’ de la declaracionitis tradicional.

20 años antes de que tu novela más famosa fuera publicada tú no te estabas graduando como periodista, sino como abogado. Pero a esa profesión de título le fuiste infiel de corazón, con una más atrevida, más seductora. Comenzaste a escribir para El Universal de Cartagena el mismo año que te graduaste en leyes, después unos años en El Heraldo de Barranquilla. Ahí formaste parte junto a tus amigos y colegas, del Grupo de Barranquilla. Ahí fue donde encontraste inspiración para la vocación literaria que con el tiempo te llevaría hasta la cima.

Para ti el periodismo fue como la balsa en el mar, el cable a tierra, la manera que tenías para no perder contacto con la realidad. Fuiste crítico de cine, otra de tus pasiones. Corresponsal extranjero en el hermoso París de finales de los cincuenta, producto de una famosa controversia.

Relato de un náufrago fue una serie de 14 crónicas publicadas en El Espectador de Bogotá, basadas en los relatos de un joven marinero que sobrevivió al hundimiento de una embarcación. Sus revelaciones provocaron la ira de quienes defendían una versión oficial que no correspondía con la realidad. Así fue que París ganó a un gran cronista entre sus calles.

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Tras el triunfo de la revolución cubana, te trasladaste a Cuba en el año de 1960 y trabajaste en Prensa Latina, la recién fundada agencia de noticias del gobierno que encabezó Fidel Castro, de quien fuiste amigo entrañable, al igual que de Ernesto “Che” Guevara.

Justo en el mismo año que yo nací, tú fundabas en Colombia la revista Alternativa, madre del periodismo de oposición en tu país natal. Pasaron 20 años para que en 1994, junto a los dos Jaimes, tu hermano y el actual director y amigo que muchos periodistas conocemos, fundaras la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI).

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“Trabajar por la excelencia del periodismo y su contribución a los procesos de democracia y desarrollo” reza la misión de la FNPI, y gracias a tu empeño y el entusiasmo de entrañables maestros como Alma Guillermoprieto, Tomás Eloy Martínez, Javier Darío Restrepo, Miguel Ángel Bastenier o Jon Lee Anderson, hoy la fundación sigue en pie de lucha, formando más y mejores periodistas a lo largo y ancho del continente que tanto amaste.

Hasta ahora son cientos los periodistas iberoamericanos que han pasado por las filas de esta institución noble, preocupada por dar continuidad a tu legado, a ese llamado nuevo periodismo en el que nadie quería creer.

Creíste siempre en un periodismo donde la ética y la buena narración estuvieran por encima de los intereses de quienes manipulan la información. Quienes nos formamos como estudiantes de periodismo en la década de los noventa, y que hoy tratamos de cumplir esa misión en los medios, hemos tenido en la FNPI una gran plataforma de conocimiento y compañerismo, única en el mundo.

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He sido beneficiada por becas de la FNPI tres veces a lo largo de mi carrera, pero sólo tuve oportunidad de cruzar palabra contigo una vez, en un contexto totalmente ajeno. Era una reportera novata pero ya sabía que no hay peor momento para cruzar palabra con quien admiras que en un funeral.

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Tú estabas allí, triste, despidiendo a alguien entrañable. A mi me pedían llevar «reacciones» en la nota carroñera que siempre se pide. Tímidamente me acerqué y te dije: «soñé mucho con el momento de conocerlo, imaginé qué le diría y ahora me obligan a preguntarle cómo se siente, cuando la respuesta es tan obvia». Me tomaste con ternura el hombro y me diste un abrazo, con la voz entrecortada me dijiste que entendías mi trabajo pero no podías responder. Luego volteaste y señalaste a una mujer alta y esbelta que nos daba la espalda. Me llevaste del brazo y me presentaste a Elena Poniatowska al tiempo que dijiste: “ve con ella, a ella le encanta hablar”.

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Gracias Gabo, gracias por tu vida en mi vida, tus palabras, tus crónicas, tu fundación y tus enseñanzas para quienes amamos el periodismo.

Adios Gabo, ten un buen viaje.

20 años tras la democracia; una crónica autobiográfica

 

Para Jaime, mi orgullo.

Para Lyd y Vane, con quienes somos mucho más que tres.

La noche previa a las elecciones podría ser descrita con una sola palabra: ansiedad. Reunidas en mi habitación, tal como lo habríamos hecho si tuviéramos 15 años, estábamos tres periodistas. Mujeres, apasionadas, entusiastas y necias, sobre todo, muy necias.

Y tal como lo habrían hecho tres adolescentes en una pijamada, nosotras hablamos de amor. Hablamos de ese amor que nos hace necias, el amor que tenemos por un país que seguimos sin comprender pero que nos empeñamos en defender. Hablamos de nuestras preocupaciones ciudadanas, con ojos de periodistas. De nuestras preocupaciones periodísticas con ojos ciudadanos. De nuestras preocupaciones femeninas y de nuestras ganas de ser parte de un cambio que este país nos debe desde que nos hicimos adultas.

***

La mañana del 2 de julio podia definirse con una sola palabra: entusiasmo. Levantarse temprano, vencer la pereza del domingo, abrigarse para salir y enfrentar la mañana lluviosa. Entusiasmo ciudadano por ir a ejercer el derecho al voto, entusiasmo por sentir que uno camina por la calle armado, armado de un marcador de cera o de tinta indeleble que empuñábamos dispuestos a luchar contra un lápiz rosa semiborrable.

Entusiasmo de periodista que quiere escuchar, ver, oler, vivir la jornada electoral. Periodista que quiere cazar historias y contarlas… y vivirlas, pero que decidió ese día ser simplemente ciudadana, una ciudadana que quiere votar.

Hacia el medio día el entusiasmo se transformó en euforia, ansiedad, estrés. La locura multimedia que me tuvo con un ojo en la televisión, otro en los dispositivos móviles y las redes sociales mientras los oídos estaban siguiendo las voces de quienes desde la radio trataban de explicar un país que muchas veces, las más, es inexplicable.

A las seis de la tarde había que volver a andar la calle, pero el arma era distinta. Ahora el arma era una cámara y un dispositivo con acceso a internet. La misión era fotografiar las sábanas que en cada casilla se pegarían para informar del conteo inmediato de los votos ciudadanos.

Vigilar, fotografiar, recorrer, defender. Hombres y mujeres, de todas las edades, familias enteras vi caminando entre charcos, con sombrillas y chamarras para aguardar y resguardar los resultados electorales. Una hora… dos… tres… la gente seguía. Algunos nos íbamos y volvíamos, y platicábamos y nos hacíamos uno.

Hacia las 10 de la noche, las 22 personas que queríamos lo mismo, una foto de nuestros votos, ya éramos como una familia ciudadana. Ya habíamos intercambiado teléfonos, direcciones, anécdotas y esperanzas. Una mujer me contó que estaba allí pues «su hijo estaba vivo gracias a Andrés Manuel». Ella sonreía convencida de que aquel hombre, que esa noche cargaba sobre sus hombros las esperanzas de muchos mexicanos, había salvado la vida de su hijo, enfermo de reflujo, al haberla escuchado, al haberla recibido en su oficina cuando era jefe de gobierno de la Ciudad de México y al haber dado instrucciones para que se le otorgara apoyo para la compra de un aparato que el niño, que hoy es un adolescente, necesitaba para poder respirar.

Agradecimiento y convencimiento, me dijo la mujer al preguntarle el motivo de su presencia bajo la lluvia, afuera de la casilla, cuidando los votos. Ella era la única entre los 22 presentes que no era vecina de aquella clasemediera colonia Roma Norte. Su familia la esperaba en la Obrera, un barrio popular donde el candidato de las izquierdas tiene un amplio número de seguidores.

El resto de las personas me eran familiares. Eran los mismos vecinos con los que había conversado alguna vez mientras paseábamos a los perros en el parque o en la fila para comprar las tortillas. Las mismas personas que aún en esta gran ciudad todavía te dicen buenos días al encontrarte en la tienda de la esquina o en el puestos de jugos. Las mismas con las que he desayunado alguna vez barbacoa algún domingo, sin haberles prestado mayor atención que el cordial saludo vecinal.

Pero el ser vecinos tomaba una dimensión distinta aquella noche. Nos hacía sentir seguros, en bloque, unidos bajo la lluvia con un mismo objetivo: defender nuestro voto.

Los funcionarios de casilla seguían contando los votos. Yo había ido y venido a mi casa cinco veces. Seguíamos esperando, tomando turnos, checando las redes sociales, charlando pero cada vez más nerviosos. El Instituto Federal Electoral había comenzado a dar resultados del PREP. No había duda, todos los que estábamos ahí habíamos votado por las izquierdas… y como en toda contienda, queríamos ganar. Unos eran abiertamente militantes de alguno de los partidos que postularon a Andrés Manuel como candidato, otros no lo éramos, pero para entonces eso no importaba.

A las once de la noche volví a casa, cansada, mojada, con frío y, sobre todo, muy preocupada. Quería escuchar el mensaje del IFE que daría a conocer los resultados preliminares del conteo rápido.

Vino la decepción, así, de pronto, sin que nadie la invitara. Luego, al escuchar el mensaje del actual presidente de México aplaudiendo a un candidato proclamado ganador mucho antes de que la ley siquiera pudiera darle legitimidad alguna, la decepción se convirtió en rabia. Ese hombre pequeño que jamás me representó estaba levantando el puño de otro que no era el que mis vecinos y yo habíamos apoyado esa noche bajo la lluvia.

La rabia me dio fuerza y le abrió la puerta a la desconfianza. Me volví a abrigar y salí ahora armada con mi ipad y mi teléfono. Cuando llegué estaban pegando por fin la sábana, y los vecinos, tan tristes y enojados como yo, disparaban sin misericordia con sus armas… sus cámaras, sus teléfonos, sus ipads, iphones. Librábamos nuestra propia batalla por la democracia, allí, en confianza, en cercanía, en vecindad. Pero la tristeza se nos salía por los ojos. Andrés Manuel López Obrador había salido a decir «no todo está dicho, esperaremos a los resultados oficiales y usaremos las vías legales para impugnar cualquier irregularidad» y eso nos ayudó para despedirnos con una sonrisa. Algunos se dirigían a la casa de campaña del candidato, otros al zócalo, otros, como yo, a casa, a refugiarnos entre los brazos de los nuestros, a abrazar a esa familia que hoy más que nunca tenemos que cuidar.

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***

Ni podía comer, ni podía dormir. No estaba enojada, estaba triste… profundamente triste. Me sentí cansada, me sentí una anciana de 38 años. Envuelta en una vejez prematura por el desgaste que me han dejado 20 años de cuidar la democracia.

En 1994 fui testigo del levantamiento armado protagonizado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Tres meses más tarde, mientras estaba en clases de historia en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM me enteré del asesinato de Luis Donaldo Colosio, candidato del PRI, el partido en el poder desde que tenía uso de razón, a la presidencia de la república. Yo no iba a votar por él. Estaba convencida de dar mi voto a Cuauhtémoc Cárdenas, representante de la izquierda, y así lo hice. Sin embargo tuve miedo, como muchos de los mexicanos que conozco que vivieron lo ocurrido aquel 23 de marzo. Yo apenas iba a cumplir 20 años y votaría por primera vez.

Seis años después viví la transición, el cambio del partido en el poder, el inicio del nuevo milenio y con él, una nueva era para la democracia en México… o eso queríamos creer. Veía la vida diferente, tenía un hijo de tres años que me impulsaba a votar de forma razonada… lo volví a hacer por Cuauhtémoc Cárdenas, quien contendía por tercera ocasión por la presidencia.

Yo vivía en el estado de Morelos donde el gobernador priísta había sido vinculado a una banda de secuestradores que tenía al centro del país asolado. Urgía quitar el poder al PRI y allí mi voto y mi confianza se la entregué a Sergio Estrada Cajigal, candidato del PAN al gobierno del estado.

Comenzó otro sexenio con una alternancia en el poder y el triunfo de Vicente Fox, un presidente de derecha por el que yo no había votado… otra vez. Pero confiaba en el gobernador. Él también me falló, como le falló a todos los morelenses. Nueve años más tarde, el sonado asesinato del narcotraficante Arturo Beltrán Leyva fue el sangriento colofón de una serie de irregularidades documentadas y publicadas por diversos medios de comunicación y organizaciones de la sociedad civil que vinculaban a Sergio Estrada y a su gente cercana con el cártel que encabezaba aquel hombre.

En 2006 Andrés Manuel López Obrador me devolvió la esperanza. Tras una gestión notable al frente del gobierno de la ciudad de México, el candidato de la izquierda fue la esperanza para muchos, y se que éramos muchos porque estuve en medio de varias multitudes aplastantes durante la campaña presidencial… pero de nuevo vino la decepción, esta vez de las instituciones electorales que dieron el triunfo, en medio de mucha polémica a Felipe Calderón.

El mismo año que comenzó aquel sexenio conocí un mundo nuevo, el de los defensores de derechos humanos. Primero estudié, luego aprendí y luego entendí de cosas que antes no entendía. Violaciones a derechos humanos, tortura, desaparición forzada, detenciones arbitrarias, guerra sucia, militarización… y esa formación crecía paralela a la guerra que Calderón declaró al crimen organizado.

2009 fue el año en el que comencé a contar muertos. Uno tras otro. Investigar, documentar, registrar, lamentar. Perdía la cuenta y el país se me desangraba entre las manos. Me rendí dos años después, dejé de contarlos cuando sentí que la muerte ya me había envuelto con su hedor.

Hoy llego al 2 de julio de 2012 cansada, asqueada, fatigada, deprimida, convencida de que quizá formo parte de una generación a la que le tocará sólo luchar, sin tregua, porque detrás vienen otros, y otros… y otros.

Y justo, cuando quiero rendirme, las dos mujeres con las que compartí la ansiedad de la noche previa a las elecciones me recuerdan que hay que seguirle pero lo que realmente me convence de hacerlo es ver que las cosas no han sido en vano, que la semilla sembrada está dando frutos… en la indignación de mi hijo adolescente.

NOTA DE LA AUTORA: Los textos publicados en este espacio son opiniones cien por ciento personales y de ninguna manera representan los intereses o posturas de las empresas o instituciones donde la autora colabora o ha colaborado profesionalmente.

De esos días grises, cuando la muerte pesa mas.

Por: Elizabeth Palacios

No se en que momento decidí ser periodista. Quizá esto decepcione a algunos que creen que uno piensa demasiado las decisiones que determinaran el resto de la vida. Creo que, tal como pasa cuando uno encuentra al amor verdadero, el enamoramiento evoluciona sin darse cuenta hasta que ya se ha tatuado en la piel. Si, así es el amor que muchos sentimos por esta profesión.

Llámenme utópica, romántica o soñadora, ilusa también se vale, pero yo estoy convencida de que hacer periodismo es una forma de contribuir a hacer de este mundo un lugar un poco mejor. Hace poco una colega muy respetable me dijo una gran verdad que, hoy mas que nunca retumba en mis oídos: el mejor periodista es aquel que esta vivo.

Y queremos estar vivos, pero haciendo esto que nos da la vida. Queremos ser periodistas porque esa es la manera en la que hemos elegido vivir. Hacer bien nuestro trabajo, con ética y responsabilidad social es el primer paso para mantenernos con vida pero muchas veces, los siguientes pasos que nos marca el camino se salen de nuestro control.

Y aunque a veces pareciera que nos acostumbramos a la muerte cotidiana que nos ha permeado en los últimos años la realidad es que, hay días como el pasado sábado y como hoy, que la muerte pesa mas.

Y de ninguna manera esto significa que hay decesos menos importantes que otros, no. Tal vez sea porque algunas muertes te hacen sentir su frío y fétido aliento en la nuca, porque están mas cerca, porque te hacen mirarte en un espejo y hacerte muchas preguntas que no tienen respuestas.

Porque te hacen desear que hubiera formulas para hacerlo mejor, porque te preguntas donde estuvo el error, porque muy en el fondo quieres saber si tu espejo hizo algo que tu, en un futuro no deseable, podrías evitar.

Y entonces reaccionas y te das cuenta de que este día, la muerte de tus colegas te ha robado un poco de tu propia vida. Que su muerte es una herida purulenta en el cuerpo del gran amor que te mueve, del amor por el periodismo.

Queremos ser periodistas y queremos ser los mejores… Pero los mejores solo pueden serlo si están vivos. Nos queremos vivos.

Nota: todo lo publicado en este espacio es a título estrictamente personal y no refleja la opinión o postura de ningún medio de comunicación o empresa con la cual la autora mantenga una relación laboral presente o pasada.

Los muertos tuyos, los muertos mios… los muertos de Mexico

Texto: Elizabeth Palacios

Fotos: Arturo Rodríguez Castillo

Cuando comencé a tratar a Javier Sicilia fue en medio de un movimiento social. Él, junto con otros artistas e intelectuales defendían el patrimonio cultural de su ciudad, un lugar que era hermoso, un lugar donde se vivía feliz.

Recuerdo lo que sentí al cubrir la megamarcha en la que los morelenses defendían los murales del Casino de la Selva. Ahí estaba Javier. Cuando salimos a la calle con nuestros hijos para pedir que se detuviera la guerra en Irak… Ahí estaba Javier. Cuando había que hacerse escuchar… Ahí estaba Javier. Siempre congruente, siempre entero, siempre amable.

Hoy Javier caminó y habló en Cuernavaca, junto a su gente, pero tambien camino y habló junto a nosotros en DF, y en Puebla, y en Juarez, y en Monterrey y en Paris… Su espiritu, sus palabras, su poesia y su dolor caminaron junto a todos los que hoy quisimos tomar la calle para decir que ya no podemos mas… Que el miedo no es algo con lo que se puede vivir.

Hoy llegue a la plancha del zocalo de la Ciudad de México porque me duele la muerte de Juan Francisco Sicilia, pero tambien las otras muertes absurdas que han llenado planas y planas de diarios que han dejado de contar historias para contar cadaveres.

El México cotidiano

Foto: Cortesía de Arturo Rodríguez Castillo

La marcha fue para recordar que los muertos no son numeros. Son seres humanos que vivían, estudiaban, trabajaban, tenían familias, que eran parte de un país que se ha olvidado de sus nombres, de sus vidas, para lucrar con su muerte, para vender resultados a los intereses de quienes mercan armas, de quienes negocian con drogas. Un país que se me desangra entre las manos.

Y mientras escuchaba a María Rivera leer un poema desgarrador y mis ojos se escurrían aunque quería evitarlo, alcancé a escuchar a dos personas decir: «Oi que Calderóin recibió hoy a Javier Sicilia, si a ese, al que le mataron al hijo».

Y no pude evitar recordar cuando conocí a los padres de Martín y Bryan, niños asesinados por el ejército justamente hace un año en Tamaulipas. A ellos no los recibió el presidente. Y volví a sentirme reflejada en la mirada de Cintya Salazar Castillo, madre de estos pequeños, mujer mexicana de 28 anios, muerta en vida por lo que el ejército calificó como un «error».

Y no pude evitar odiarme por no haber marchado por ellos, ni por los que aparecieron apilados, asesinados tras haber estado bebiendo cerveza afuera de una tienda en Morelos, ni por los que conocí a traves de los relatos, fotos y videos de mi querido Arturo que cada noche salia el año pasado a perseguir la sangre que también en el DF se derrama.

Esto también es DF

Foto: Cortesía de Arturo Rodríguez Castillo

Y mientras pensaba eso escuchaba la voz de María Rivera y en automatico lloraba… Lloraba de rabia sí, pero más de dolor. Y lloraba de culpa por no hacer mucho y de miedo por hacer y decir más que otros… Y seguía llorando porque me han robado mi país.

Aqui les dejo las palabras certeras, dolorosas, hirientes pero abruptamente reales que esta tarde María le regaló a los miles de muertos con los que todos y todas tenemos una gran deuda:

 

 

 

 

Los Muertos

por: María Rivera

Allá vienen

los descabezados,

los mancos,

los descuartizados,

a las que les partieron el coxis,

a los que les aplastaron la cabeza,

los pequeñitos llorando

entre paredes oscuras

de minerales y arena.

Allá vienen

los que duermen en edificios

de tumbas clandestinas:

vienen con los ojos vendados,

atadas las manos,

baleados entre las sienes.

Allí vienen los que se perdieron por Tamaulipas,

cuñados, yernos, vecinos,

la mujer que violaron entre todos antes de matarla,

el hombre que intentó evitarlo y recibió un balazo,

la que también violaron, escapó y lo contó viene

caminando por Broadway,

se consuela con el llanto de las ambulancias,

las puertas de los hospitales,

la luz brillando en el agua del Hudson.

Allá vienen

los muertos que salieron de Usulután,

de La Paz,

de La Unión,

de La libertad,

de Sonsonate,

de San Salvador,

de San Juan Mixtepec,

de Cuscatlán,

de El Progreso,

de El Guante,

llorando,

a los que despidieron en una fiesta con karaoke,

y los encontraron baleados en Tecate.

Allí viene al que obligaron a cavar la fosa para su hermano,

al que asesinaron luego de cobrar cuatro mil dólares,

los que estuvieron secuestrados

con una mujer que violaron frente a su hijo de ocho años

tres veces.

¿De dónde vienen,

de qué gangrena,

oh linfa,

los sanguinarios,

los desalmados,

los carniceros

asesinos?

Allá vienen

los muertos tan solitos, tan mudos, tan nuestros,

engarzados bajo el cielo enorme del Anáhuac,

caminan,

se arrastran,

con su cuenco de horror entre las manos,

su espeluznante ternura.

Se llaman

los muertos que encontraron en una fosa en Taxco,

los muertos que encontraron en parajes alejados de Chihuahua,

los muertos que encontraron esparcidos en parcelas de cultivo,

los muertos que encontraron tirados en la Marquesa,

los muertos que encontraron colgando de los puentes,

los muertos que encontraron sin cabeza en terrenos ejidales,

los muertos que encontraron a la orilla de la carretera,

los muertos que encontraron en coches abandonados,

los muertos que encontraron en San Fernando,

los sin número que destazaron y aún no encuentran,

las piernas, los brazos, las cabezas, los fémures de muertos

disueltos en tambos.

Se llaman

restos, cadáveres, occisos,

se llaman

los muertos a los que madres no se cansan de esperar

los muertos a los que hijos no se cansan de esperar,

los muertos a los que esposas no se cansan de esperar,

imaginan entre subways y gringos.

Se llaman

chambrita tejida en el cajón del alma,

camisetita de tres meses,

la foto de la sonrisa chimuela,

se llaman mamita,

papito,

se llaman

pataditas

en el vientre

y el primer llanto,

se llaman cuatro hijos,

Petronia (2), Zacarías (3), Sabas (5), Glenda (6)

y una viuda (muchacha) que se enamoró cuando estudiaba la primaria,

se llaman ganas de bailar en las fiestas,

se llaman rubor de mejillas encendidas y manos sudorosas,

se llaman muchachos,

se llaman ganas

de construir una casa,

echar tabique,

darle de comer a mis hijos,

se llaman dos dólares por limpiar frijoles,

casas, haciendas, oficinas,

se llaman

llantos de niños en pisos de tierra,

la luz volando sobre los pájaros,

el vuelo de las palomas en la iglesia,

se llaman

besos a la orilla del río,

se llaman

Gelder (17)

Daniel (22)

Filmar (24)

Ismael (15)

Agustín (20)

José (16)

Jacinta (21)

Inés (28)

Francisco (53)

entre matorrales,

amordazados,

en jardines de ranchos

maniatados,

en jardines de casas de seguridad

desvanecidos,

en parajes olvidados,

desintegrándose muda,

calladamente,

se llaman

secretos de sicarios,

secretos de matanzas,

secretos de policías,

se llaman llanto,

se llaman neblina,

se llaman cuerpo,

se llaman piel,

se llaman tibieza,

se llaman beso,

se llaman abrazo,

se llaman risa,

se llaman personas,

se llaman súplicas,

se llamaban yo,

se llamaban tú,

se llamaban nosotros,

se llaman vergüenza,

se llaman llanto.

Allá van

María,

Juana,

Petra,

Carolina,

13,

18,

25,

16,

los pechos mordidos,

las manos atadas,

calcinados sus cuerpos,

sus huesos pulidos por la arena del desierto.

Se llaman

las muertas que nadie sabe nadie vio que mataran,

se llaman

las mujeres que salen de noche solas a los bares,

se llaman

mujeres que trabajan salen de sus casas en la madrugada,

se llaman

hermanas,

hijas,

madres,

tías,

desaparecidas,

violadas,

calcinadas,

aventadas,

se llaman carne,

se llaman carne.

Allá

sin flores,

sin losas,

sin edad,

sin nombre,

sin llanto,

duermen en su cementerio:

se llama Temixco,

se llama Santa Ana,

se llama Mazatepec,

se llama Juárez,

se llama Puente de Ixtla,

se llama San Fernando,

se llama Tlaltizapán,

se llama Samalayuca,

se llama el Capulín,

se llama Reynosa,

se llama Nuevo Laredo,

se llama Guadalupe,

se llama Lomas de Poleo,

se llama México.

María Rivera, poeta y ensayista, nació en 1971 en la Ciudad de México. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2000 y 2004) con el cual obtuvo el «Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino 2000» y Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005) con el cual obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2005. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte desde el 2

http://nuestraaparenterendicion.blogspot.com

Escrito por Elizabeth Palacios. Periodista y defensora de derechos humanos. Publicado con WordPress para BlackBerry.

Los muertos tuyos, los muertos mios… los muertos de Mexico

Cuando comence a tratar a Javier Sicilia fue en medio de un movimiento social. El, junto con otros artistas e intelectuales defendian el patrimonio cultural de su ciudad, un lugar que era hermoso, un lugar donde se vivia feliz.

Recuerdo lo que senti al cubrir la megamarcha en la que los morelenses defendian los murales del Casino de la Selva. Ahí estaba Javier. Cuando salimos a la calle con nuestros hijos para pedir que se detuviera la guerra en Irak… Ahí estaba Javier. Cuando habia que hacerse escuchar… Ahí estaba Javier. Siempre congruente, siempre entero, siempre amable.

Hoy Javier camino en Cuernavaca, junto a su gente, pero tambien camino junto a nosotros en DF, y en Puebla, y en Juarez, y en Monterrey y en Paris… Su espiritu, sus palabras, su poesia y su dolor caminaron junto a todos los que hoy quisimos tomar la calle para decir que ya no podemos mas… Que el miedo no es algo con lo que se pueda vivir.

Hoy llegue a la plancha del zocalo de la Ciudad de Mexico porque me duele la muerte de Juan Francisco Sicilia, pero tambien las otras muertes absurdas que han llenado planas y planas de diarios que han dejado de contar historias para contar cadaveres.

La marcha fue para recordar que los muertos no son numeros. Son seres humanos que vivian, estudiaban, trabajaban, tenian familias, que eran parte de un pais que se ha olvidado de sus nombres, de sus vidas, para lucrar con su muerte, para vender resultados a los intereses de quienes venden armas, de quienes venden drogas. Un pais que se me desangra entre las manos.

Y mientras escuchaba a Maria Rivera leer un poema desgarrador y mis ojos se escurrian aunque queria evitarlo, alcance a escuchar a dos personas decir: «Oi que Calderon recibio hoy a Javier Sicilia, si a ese, al que le mataron al hijo».

Y no pude evitar recordar cuando conoci a los padres de Martin y Bryan, ninios asesinados por el ejercito justamente hace un anio en Tamaulipas. A ellos no los recibió el presidente. Y volvi a sentirme reflejada en la mirada de Cintya Salazar Castillo, madre de estos pequenios, mujer mexicana de 28 anios, muerta en vida por lo que el ejercito califico como un «error».

Y no pude evitar odiarme por no haber marchado por ellos, ni por los que aparecieron apilados, asesinados tras haber estado bebiendo cerveza afuera de una tienda en Morelos, ni por los que conoci a traves de los relatos, fotos y videos de mi querido Arturo que cada noche salia el anio pasado a perseguir la sangre que tambien en el DF se derrama.

Y mientras pensaba eso escuchaba la voz de Maria Rivera y en automatico lloraba… Lloraba de rabia si, pero mas de dolor. Y lloraba de culpa por no hacer mucho y de miedo por hacer y decir mas que otros… Y seguia llorando porque me han robado mi pais.

Aqui les dejo las palabras certeras, dolorosas, hirientes pero abruptamente reales que esta tarde Maria le regalo a los miles de muertos con los que todos y todas tenemos una gran deuda:

Los Muertos

María Rivera · · · · ·

Allá vienen

los descabezados,

los mancos,

los descuartizados,

a las que les partieron el coxis,

a los que les aplastaron la cabeza,

los pequeñitos llorando

entre paredes oscuras

de minerales y arena.

Allá vienen

los que duermen en edificios

de tumbas clandestinas:

vienen con los ojos vendados,

atadas las manos,

baleados entre las sienes.

Allí vienen los que se perdieron por Tamaulipas,

cuñados, yernos, vecinos,

la mujer que violaron entre todos antes de matarla,

el hombre que intentó evitarlo y recibió un balazo,

la que también violaron, escapó y lo contó viene

caminando por Broadway,

se consuela con el llanto de las ambulancias,

las puertas de los hospitales,

la luz brillando en el agua del Hudson.

Allá vienen

los muertos que salieron de Usulután,

de La Paz,

de La Unión,

de La libertad,

de Sonsonate,

de San Salvador,

de San Juan Mixtepec,

de Cuscatlán,

de El Progreso,

de El Guante,

llorando,

a los que despidieron en una fiesta con karaoke,

y los encontraron baleados en Tecate.

Allí viene al que obligaron a cavar la fosa para su hermano,

al que asesinaron luego de cobrar cuatro mil dólares,

los que estuvieron secuestrados

con una mujer que violaron frente a su hijo de ocho años

tres veces.

¿De dónde vienen,

de qué gangrena,

oh linfa,

los sanguinarios,

los desalmados,

los carniceros

asesinos?

Allá vienen

los muertos tan solitos, tan mudos, tan nuestros,

engarzados bajo el cielo enorme del Anáhuac,

caminan,

se arrastran,

con su cuenco de horror entre las manos,

su espeluznante ternura.

Se llaman

los muertos que encontraron en una fosa en Taxco,

los muertos que encontraron en parajes alejados de Chihuahua,

los muertos que encontraron esparcidos en parcelas de cultivo,

los muertos que encontraron tirados en la Marquesa,

los muertos que encontraron colgando de los puentes,

los muertos que encontraron sin cabeza en terrenos ejidales,

los muertos que encontraron a la orilla de la carretera,

los muertos que encontraron en coches abandonados,

los muertos que encontraron en San Fernando,

los sin número que destazaron y aún no encuentran,

las piernas, los brazos, las cabezas, los fémures de muertos

disueltos en tambos.

Se llaman

restos, cadáveres, occisos,

se llaman

los muertos a los que madres no se cansan de esperar

los muertos a los que hijos no se cansan de esperar,

los muertos a los que esposas no se cansan de esperar,

imaginan entre subways y gringos.

Se llaman

chambrita tejida en el cajón del alma,

camisetita de tres meses,

la foto de la sonrisa chimuela,

se llaman mamita,

papito,

se llaman

pataditas

en el vientre

y el primer llanto,

se llaman cuatro hijos,

Petronia (2), Zacarías (3), Sabas (5), Glenda (6)

y una viuda (muchacha) que se enamoró cuando estudiaba la primaria,

se llaman ganas de bailar en las fiestas,

se llaman rubor de mejillas encendidas y manos sudorosas,

se llaman muchachos,

se llaman ganas

de construir una casa,

echar tabique,

darle de comer a mis hijos,

se llaman dos dólares por limpiar frijoles,

casas, haciendas, oficinas,

se llaman

llantos de niños en pisos de tierra,

la luz volando sobre los pájaros,

el vuelo de las palomas en la iglesia,

se llaman

besos a la orilla del río,

se llaman

Gelder (17)

Daniel (22)

Filmar (24)

Ismael (15)

Agustín (20)

José (16)

Jacinta (21)

Inés (28)

Francisco (53)

entre matorrales,

amordazados,

en jardines de ranchos

maniatados,

en jardines de casas de seguridad

desvanecidos,

en parajes olvidados,

desintegrándose muda,

calladamente,

se llaman

secretos de sicarios,

secretos de matanzas,

secretos de policías,

se llaman llanto,

se llaman neblina,

se llaman cuerpo,

se llaman piel,

se llaman tibieza,

se llaman beso,

se llaman abrazo,

se llaman risa,

se llaman personas,

se llaman súplicas,

se llamaban yo,

se llamaban tú,

se llamaban nosotros,

se llaman vergüenza,

se llaman llanto.

Allá van

María,

Juana,

Petra,

Carolina,

13,

18,

25,

16,

los pechos mordidos,

las manos atadas,

calcinados sus cuerpos,

sus huesos pulidos por la arena del desierto.

Se llaman

las muertas que nadie sabe nadie vio que mataran,

se llaman

las mujeres que salen de noche solas a los bares,

se llaman

mujeres que trabajan salen de sus casas en la madrugada,

se llaman

hermanas,

hijas,

madres,

tías,

desaparecidas,

violadas,

calcinadas,

aventadas,

se llaman carne,

se llaman carne.

Allá

sin flores,

sin losas,

sin edad,

sin nombre,

sin llanto,

duermen en su cementerio:

se llama Temixco,

se llama Santa Ana,

se llama Mazatepec,

se llama Juárez,

se llama Puente de Ixtla,

se llama San Fernando,

se llama Tlaltizapán,

se llama Samalayuca,

se llama el Capulín,

se llama Reynosa,

se llama Nuevo Laredo,

se llama Guadalupe,

se llama Lomas de Poleo,

se llama México.

María Rivera, poeta y ensayista, nació en 1971 en la Ciudad de México. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2000 y 2004) con el cual obtuvo el «Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino 2000» y Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005) con el cual obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2005. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte desde el 2

http://nuestraaparenterendicion.blogspot.com

Escrito por Elizabeth Palacios. Periodista y defensora de derechos humanos. Publicado con WordPress para BlackBerry.

Y mi bandera bicentenaria apa?

Me entero por las redes sociales q entre los infames e insultantes gastos q el presidente ilegitimo de Mexico, Felipe Calderon, ha decidido hacer esta la ridicula accion de enviar banderas por correo a los hogares de las y los mexicanos.

Desde q tengo uso d razon los mexicanos hemos puesto banderas en nuestras ventanas, nuestros autos, y hasta nuestros rostros o cabello para mostrar nuestro fervor patriotico en septiembre… Entonces para q tomarse la molestia de hacer este ridiculo envío?

A mi no me ha llegado una… Probablemente porque no he cumplido con el compromiso ciudadano de notificar al IFE mi cambio d domicilio. Si su base de datos son los datos del IFE, mi bandera anda perdida en medio de los bosques d Huitzilac, Morelos, donde vivia cuando era feliz y no vivia con miedo ni rabia.

Si su fuente son los registros q nos obligaron a hacer d nuestras lineas celulares quiza no me ha llegado porque entonces tendrian mas oportunidad de saber quien soy, que opino y que he dicho publicamente q hare con la bandera: un disenio verdadero de la bandera del bicentenario.

Quiza no me llegue mi bandera con una tarjetita exhaltadora del orgullo nacional firmada por las manos manchadas d sangre d un presidente al que yo no elegi con mi voto.

Quiza me llegue… No lo se. Pero lo cierto es que hoy, como en mi familia se ha hecho por anios, comprare una banderita con los tradicionales bandereros y le cosere un liston negro en senial de luto, porque eso es lo unico q hay hoy en Mexico.

Porque un pais que no solo no ha sabido dar certeza y seguridad a su pueblo, sino q ademas se ha convertido en complice por omision de asesinos de ciudadanos de otros pueblos hermanos, no es digno de celebrar ningun bicentenario.

Un pais que arroja a sus ciudadanos a huir en busca ya no solo de empleo, sino de conservar la vida, de que puede sentirse orgulloso?

Un pais donde asesinar, desaparecer y atentar contra periodistas se ha convertido en un modus operandi sistematico para generar zozobra, miedo, psicosis y danio permanente a una democracia tan falsa como esta groseramente fastuosa celebracion. Eso es hoy Mexico.

Hemos tenido muchas banderas a lo largo de la historia y, cuando las hicieron, encerraban en si mismas simbolismos para los q libraban las respectivas batallas. Asi como el Cura Hidalgo alzo el estandarte d la virgen para enviar un mensaje al pueblo que lo sigio por fervor… Yo hoy alzare mi propia bandera… Una bandera en luto. Porque mi pueblo, mi pais, mi corazon si tiene una herida por cada uno de los muertos de una guerra que nadie pidio.

Escrito por Elizabeth Palacios. Periodista y defensora de derechos humanos. Publicado con WordPress para BlackBerry.

Por tu derecho a saber y mi derecho a informar: ¡Alto a la impunidad! ¡No más agresiones contra periodistas en México!

México 4 de agosto de 2010

Comunicado

Para exigir un alto a la impunidad y las agresiones en su contra, l@s periodistas mexican@s han convocado a una manifestación abierta a la sociedad civil, que se llevará a cabo el próximo sábado 7 de agosto, a las 12 pm.

Inspirada por el lema Los Queremos Vivos, que acompañó la demanda de liberación de cuatro periodistas secuestrados el pasado 26 de julio, la manifestación partirá del Ángel de la Independencia a la Secretaría de Gobernación, entidad responsable de las garantías de libertad de expresión y derecho a la información.

Allí los periodistas demandarán, simbólicamente, seguridad el cumplimiento de su labor, intervención inmediata de las autoridades en los casos de agresiones pendientes de investigación y la puesta en marcha de medidas de protección urgentes para los periodistas que trabajan en zonas de alto riesgo.

Sólo en el primer semestre de este año, diez periodistas han sido asesinados, 11 siguen desaparecidos –entre ellos una mujer, María Esther Aguilar Casimbe– y se cuentan por lo menos 54 sucesos de violencia contra trabajadores de medios de 19 estados. Las víctimas: 64 periodistas y ocho medios de comunicación.

Hace apenas una semana, los periodistas mexicanos demandábamos la liberación de cuatro compañeros secuestrados en Gómez Palacio, Durango, bajo lema: Los queremos vivos (#losqueremosvivos). Y vivos devolvieron a Héctor Gordoa, Javier Canales, Alejandro Hernández y Oscar Solís. Sin embargo, el mismo jueves que el primero de ellos fue liberado, en Zacatecas a otro compañero lo sacaron de su casa, lo secuestraron, y ni su nombre sabemos.

La investigación de ese caso, dicen las autoridades de Zacatecas, está en curso. Abierta. Así como los cientos de agresiones y las decenas de asesinatos y desapariciones que se acumulan en los archivos de las procuradurías estatales y en la Fiscalía federal para Delitos contra Periodistas. Su número dependerá de la organización que lleva el recuento. Pero qué más da. La vida de los periodistas en estados como Chihuahua, ya ni siquiera es atractiva para las aseguradoras.

Así, desprovistos de cualquier tipo de seguridad, los reporteros, fotorreporteros, camarógrafos, entre otros trabajadores de los medios de comunicación, siguen cumpliendo con su labor, acatando la orden de trabajo aun cuando signifique riesgo para su persona. Y lo hay, comprobado está.

Hasta ahora, los periodistas han asumido en silencio el duelo de sus víctimas, pero la gravedad de los acontecimientos recientes, sus implicaciones para el periodismo y todavía más para los ciudadanos, nos animan a salir a la calle para demandar protección y responsabilidad compartida. Todos estamos obligados a aportar soluciones, desde la posición que le corresponde: como autoridad, como propietario o concesionario de un medio, como directivo, columnista, articulista, editoralista y, por supuesto, como periodistas.

Así conviene a todos frente a la amenaza de silencio, y ya no sólo violencia, que se extiende en amplias zonas del país, a causa de las agresiones, amenazas, asesinatos, secuestros y desapariciones de compañeros de los estados, principalmente.

Porque está en riesgo tu derecho a saber y mi derecho a informar, los periodistas invitamos a toda los trabajadores de medios y a los ciudadanos, en general, a acompañar en esta protesta simbólica que exigirá la intervención inmediata de todos los responsables de garantizar la seguridad de los periodistas, el derecho a la inforamación y la libertad de expresión.

PORQUE LOS QUEREMOS VIVOS

NO MÁS VIOLENCIA CONTRA LOS PERIODISTAS

COMITÉ ORGANIZADOR

LOS QUEREMOS VIVOS

La violencia y el terror en Morelos: obra en tres actos

Elizabeth Palacios

Hasta hace no mucho tiempo la mayoría de los habitantes del centro del país escuchábamos -o incluso discutíamos- sobre el tema del narcotráfico como algo «que estaba duro en el norte». Nos solidarizábamos con las tragedias relatadas diariamente en los medios de comunicación: homicidios perpetrados con una violencia demencial, mensajes amenazantes, guerras entre grupos de la delincuencia organizada, militarización sin resultados, policía corrupta y un sin fin de etcéteras. Pero he de reconocer que lo mirábamos como espectadores, como algo que no estaba cerca de nosotros. Para algunos era algo que ni siquiera sentían que les afectara (a pesar de que por supuesto afecta pues la ingobernabilidad y la falta de Estado de derecho nos afecta a todos y todas por igual).

 Hoy las cosas son muy diferentes. De acuerdo con información difundida en medios de comunicación de circulación nacional, la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) incluyó a Morelos en un informe presentado a la Secretaría de Gobernación (Segob) como uno de los cinco estados más peligrosos del país por las acciones del crimen organizado.

 Y para ganarse este nada honroso lugar no se necesitaron años, sólo un show mediático detonador que podría titularse: «La violencia y el terror en Morelos: obra en tres actos», y que comenzó con la captura, asesinato y posterior exhibición dolosa de Arturo Beltrlán Leyva, «El Barbas», líder del cártel que lleva su apellido y conocido por su poder en el centro y sur del país. Pero este espectáculo ha tenido varios actos, pongan atención:

 Primer acto: Al ritmo de Ramón Ayala

 Todo comenzó el 11 de diciembre de 2009, en el fraccionamiento Los Limoneros ubicado a las afueras de Cuernavaca, rumbo a Tepoztlán. Una gran preposada se llevaba a cabo, amenizada ni más ni menos que el mismísimo Ramón Ayala, un músico que no cualquiera puede pagar. Pero el anfitrión sí podía. Y ¡cómo no iba a hacerlo! si era Edgar Valdez Villareal, mejor conocido como «La Barbie» por poseer un físico que lo acerca más al prototipo del narcojunior de cuello blanco que al que realmente le corresponde: cabeza del brazo armado de uno de los cárteles más sanguinarios del país.

 La fiesta, repleta de «chicas buena onda» del más alto nivel que acompañaban a la crema y nata, es decir al narcojetset mexicano fue interrumpida por un operativo que no iba precisamente por La Barbie, sino por el «jefe de jefes»: Arturo Beltrán Leyva.

 Edgar Valdez Villareal quiso montarle una «última cena» digna de relato bíblico a su jefe pues se dice que «se los puso» en bandeja de plata  a los servicios de inteligencia de las fuerzas armadas mexicanas. La contrainteligencia ganó y Beltrán Leyva no fue atrapado en ese operativo.

 Pero el montaje no fue en vano. La guerra del narcotráfico que tanto enorgullece al gobierno federal ganó uno más de los que Felipe Calderón llama «los menos» pues en el fuego cruzado de ese 11 de diciembre perdió la vida una persona inocente, situación por la cual la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Morelos inició una queja que fue posteriormente remitida a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos para la investigación correspondiente.

 Segundo acto: el que es buen marino hasta donde no hay mar navega

 La tarde del 16 de diciembre de 2009 parecía como cualquier otra en Cuernavaca. La sala de urgencias del hospital José G. Parres -el único nosocomio público operado por la secretaría de salud estatal en toda la ciudad de Cuernavaca, ese al que van los más pobres y vulnerables-  estaba como siempre, llena. Enfrente, el Hospital del Niño Morelense que, como su nombre lo dice, atiende especialidades pediátricas gracias al trabajo de una fundación asistencial en colaboración con el gobierno estatal. Sus labores también eran normales, nada parecía alterarse.

 La función comenzó poco después de las 4 de la tarde cuando arribaron a la zona elementos de la Armada de México (no del ejército, sino de la Marina) para realizar un operativo en el condominio de lujo Altitude, situado a escasa distancia de los hospitales mencionados, en una zona céntrica de Cuernavaca que no fue acordonada y donde el tráfico no fue detenido. La población civil no existía para ellos. No tienen nombre ni apellido, sólo son «daños colaterales» en su mentalidad guerrera. No pensaron en ellos… pero sí tuvieron tiempo para pensar en la mercadotecnia de su espectáculo pues horas antes  -de acuerdo al testimonio de una fuente que ha pedido el anonimato-, acudieron a las redacciones de los diarios más importantes del país (en la ciudad de México) para «invitar» con la amabilidad que caracteriza a las fuerzas armadas de este país, claro está, a algunos fotógrafos para que su actuación pasara a los anales de la historia.

 El resto es historia: balas… muchas, todas las que pudieron tirarse en tres horas de enfrentamiento. Pánico, incertidumbre, desconcierto, muerte y mucha sangre derramada pero finalmente, cual toreros cortaron rabo y orejas: Arturo Beltrán Leyva cayó muerto en el operativo. Por si alguien lo dudaba, elementos del ejército nuevamente «invitaron» a uno de los fotógrafos que llevaron a dar fe de la presa cazada. Así surgieron las polémicas fotos que muestran el cadáver del capo en condiciones degradantes que desataron el siguiente acto.

 


 

Pero antes, recapitulemos los «daños colaterales» de este operativo: el asesinato de otra persona civil que viajaba a bordo de su automóvil debido a un operativo donde irresponsablemente se expuso a la población morelense que además a partir de esa tarde ha perdido su tranquilidad, estabilidad y sobre todo la seguridad con la que se podía vivir en el estado. 
 

Tercer acto: la narcosicosis en medio del dejar hacer… dejar pasar 
 

Al morir Arturo Beltrán Leyva probablemente los ojos azules de Edgar Valdez brillaron. El camino parecía libre y La Barbie podría hacer honor a su alias y “vivir feliz para siempre”. Pero la vida no es un cuento de hadas, ni siquiera para las muñecas. Valdez Villareal no ha podido ocupar el trono anhelado porque alguien más decidió pelear por él. El escenario (o al menos el más visible) de esta batalla por el nuevo liderazgo del cartel de los Beltrán Leyva ha sido, desde el pasado mes de marzo, el estado de Morelos, principalmente la ciudad de Cuernavaca, que después de ser la ciudad de la eterna primavera hoy podría conocerse como “la ciudad de la diaria balacera”. 
 

            En marzo los periodistas comenzamos a contar muertos. Primero eran ataques focalizados en colonias determinadas. Actividades nocturnas. La ejecución de una pareja que viajaba a bordo de un automóvil que circulaba en pleno centro de Cuernavaca la noche del jueves santo incrementó el nerviosismo. Más balaceras. Narcomantas en pleno zócalo de Cuernavaca. Silencio del Estado. 
 

            Después vinieron las ejecuciones y comenzamos a perder la cuenta de las víctimas. Los rumores y el silencio de las autoridades propiciaron la desinformación. Hasta entonces, hasta que la gente entró en pánico, el gobierno estatal solicitó formalmente apoyo de fuerzas federales para frenar la ola de violencia. Un día antes en el sur del Estado lo único que elementos federales habían logrado fue intoxicar a un bebé de 4 meses por los gases lacrimógenos que usaron, a pesar de que los criminales no estaban en el lugar, el misterio es ¿a quién le aventaron los gases? 
 

            El siguiente paso ya fue el colmo. Los narcomensajes electrónicos que provocaron que los visitantes cautivos por años no llegaran y que la gente de Cuernavaca se encerrara en sus casas, víctima del pánico, una noche de viernes. Algo realmente excepcional en una ciudad con vocación turística conocida.

            ¿Alguna explicación pública?, ¿Algún mensaje a la ciudadanía? No. Por el contrario, las autoridades ordenaron cerrar temprano incluso en edificios públicos y dieron legitimidad al mensaje de los delincuentes, en lugar de cumplir sus obligaciones como Estado y garantizar el derecho al libre tránsito y a la seguridad personal de la ciudadanía. 
  
Como bien apuntó Javier Sicilia en un artículo publicado en Proceso el pasado 4 de mayo: “O bien, tenemos una clase política imbécil, rehén del crimen organizado y ajena a los ciudadanos, o el gobierno federal está utilizando a Morelos […] para medir la posibilidad de instalar realmente un estado de excepción en el país”. 
¿Quién decidirá el siguiente acto? 
Ese día, que pasará a la historia como “la noche de la narcosicosis”, yo decidí dejar de contar muertos y mirar desde otro ángulo lo que está ocurriendo en el estado de Morelos, una entidad donde además vive mucha de la gente que más quiero. Comencé a hablar con las personas comunes y corrientes. Basta de declaraciones oficiosas y narcomensajes sin sentido. Quería escuchar la voz de quienes han dejado de pasear con tranquilidad, de quienes han dejado de disfrutar sus casas de fin de semana, de aquellos que ya perdieron la cuenta de las veces que han tenido que responder las incómodas preguntas de los militares en los retenes. 
            La impresión que tengo después de tener conversaciones informales, en confianza, con conocidos y con desconocidos habitantes del estado es que, por un lado, hay un sector de la población que se siente seguro por la presencia de militares en la ciudad, hay otro que desde siempre ha manifestado su preocupación por esta medida y, peor aún, otro que ya comenzó a ser víctima de los conocidos abusos que el ejército comete en contra de quien “sospecha que puede entrar en el estereotipo de sospechoso”, como es el caso publicado hoy por un periódico de circulación nacional de un hombre que fue privado ilegalmente de su libertad por elementos del ejército mexicano y remitido al campamento que tienen en la colonia Acapantzingo, donde fue golpeado solamente porque “alguien” les dijo que era sospechoso. Por supuesto este hombre ha declarado que interpondrá una queja ante la Comisión Estatal de Derechos Humanos y, me permito recomendarle, que lo haga también ante la Comisión Nacional. 
Yo siempre me he encontrado en el segundo grupo. Formo parte de las personas que abiertamente hemos manifestado nuestra preocupación por el uso de las fuerzas militares en labores de seguridad pública. Reconozco la labor del ejército en otras tareas, como en los casos de desastres naturales donde su trabajo les ha valido el respeto de mucha gente, sin embargo, los soldados no han sido entrenados para realizar tareas policiacas. La protección de la sociedad civil no es su objetivo primordial. En una guerra, lo único que se quiere es eliminar al enemigo, cueste lo que cueste. Y ya estamos siendo testigos de que cuesta muy caro. ¿Cuántos muertos más se necesitan para dar marcha atrás a una guerra que beneficia sólo a los poderes fácticos?, ¿necesitan las autoridades un mensaje más claro o es que olvidan que su trabajo es servir a la ciudadanía?

Tratos crueles, inhumanos y degradantes en contra de Emeterio CRUZ, esposa e hijos en su domicilio mediante operativo policiaco

AU-028-2009-TRATOS CRUELES-OAX
Sábado 4 de julio de 2009, por Limeddh

RESUMEN DE ACCIÓN URGENTE

El día 2 de julio de 2009, fue realizado un enorme despliegue policiaco, junto con una camioneta particular sin placas con al menos 10 policías a bordo, cercaron la casa de Emeterio Cruz en el fraccionamiento Rancho Aguayo, en el municipio de Santa Cruz Xoxocotlan (Oaxaca).

Emeterio y su familia fueron agredidos verbalmente y golpeados junto con su esposa y sus dos hijos, además de otros niños que se encontraban en el lugar. Los policías arremetieron a golpes contra toda la familia, quienes alcanzaron a percatarse que agentes de la Policía Preventiva Estatal, de la Unidad Policial de Operaciones Especiales, de la Policía Ministerial y otros con chamarras negras de cuero que lucían las siglas de la SEPROCI, se coordinaron para realizar la represión alrededor de la una de la tarde.

Acción solicitada:

Para involucrar a la red de contactos en generar una respuesta rápida hacia las autoridades correspondientes con el afán de detener las situaciones de violación a los derechos humanos es importante que el mayor número de personas y/u organizaciones envíen correos electrónicos (usando la carta modelo adjunta), a las autoridades competentes haciendo hincapié en el cumplimiento de las peticiones concretas por parte de las autoridades.

Enviar sus llamamientos copiando la carta modelo en un correo con título:

AU- 028- 2009- TRATOS CRUELES – OAX

Con copia a denuncias.limeddh@gmail.com

felipe.calderon@presidencia.gob.mx,secretario@segob.gob.mx, ofproc@pgr.gob.mx,wmaster@pgr.gob.mx, mmontesdeoca@segob.gob.mx,correo@cndh.org.mx, gobernador@oaxaca.gob.mx,buzonciudadano@pgj.net, infodesk@ohchr.org,civilsocietyunit@ohchr.org, oacnudh@ohchr.org,cidhoea@oas.org,javier.gonzalez@congreso.gob.mx, beltrones@senado.gob.mx

¿Todos los niños le tienen miedo al Coco? o No es lo mismo temer al coco que al milico

Por: Elizabeth Palacios

 

Seguramente todos recordamos los miedos que teníamos en nuestra infancia. Algunos temíamos que llegara el Coco y nos llevara lejos de los brazos de papá y mamá; otros temían al Diablo, a las arañas, al mounstro del armario, a las brujas en sus escobas… pero también hay niños y niñas en nuestro país que tienen un miedo dirigido a algo mucho más real y muchas veces mortífero: los militares.

¿Cómo no van a tener miedo?, si desde que  tienen uso de razón y memoria han sido testigos de cómo el Ejército entra en sus pueblos, amenaza y lastima a sus padres y madres, los intimida y asusta a ellos y ellas.

Como lo hace desde hace décadas, el Ejército sigue violentando los derechos humanos de comunidades enteras en la Montaña de Guerrero. Su pretexto para torturar, amenazar, violar y traumatizar a cientos de niños y niñas es «que sus padres son parte de grupos armados que están contra el gobierno» pero ¿acaso hay otra opción en las agrestes montañas sureñas del país?, yo invitaría a quienes se llenan la boca de decir que la militarización «ha dado buenos resultados para el combate al crímen organizado» (porque ellos meten en el mismo frasco a los narcotraficantes, los secuestradores, la guerrilla y los movimientos sociales), a decirnos ¿esos son los  resultados esperados? porque si aplauden que irrumpan en la  vida de comunidades enteras, destruyan sus viviendas precarias, intimiden a sus mujeres, niños y niñas, desaparezcan a sus hombres y les fabriquen «pruebas» de supuestas  relaciones con el narcotráfico, yo no quiero esa «fórmula mágica» en mi país.

Yo pregunto ¿usted sacrificaría la salud física y mental de sus hijos en aras de la «seguridad» de su país? No lo creo. Entonces ¿por qué nos quedamos  callados cuando diariamente los militares acaban con la inocencia de niños y niñas guerrerenses?

De acuerdo con información proporcionada por Amnistía Internacional México, «Omar García, un adolescente de 14 años, fue torturado durante más de tres horas [en el municipio de Coyuca de Catalán, Guerrero]: le aplicaron descargas eléctricas, le vendaron los ojos, le cubrieron la cabeza con una bolsa de plástico, y le golpearon y amenazaron con castrarlo», ¿Así es como pretenden garantizar la seguridad en este país?

No puedo evitar indignarme al escuchar los slogans publicitarios donde el Partido Acción Nacional intimida a la ciudadanía argumentando que si no vota por él será dar pasos atrás y dejar a México «en manos del crímen» y ¿no es un crimen lo que el Ejército hace con la gente en esos lugares recónditos y tan pobres que muchos prefieren borrar del mapa del país?

Alzo mi voz, mi pluma y mis entrañas ante tales injusticias. Deploro los métodos que, en aras de la seguridad, insititucionalizan y justifican las peores violaciones a los derechos humanos de cualquier persona, pero sobre todo, ¡grito en contra de quienes lastiman, torturan, violentan y roban la inocencia de las hijas y los hijos de México!

Las palabras son mis armas, también son tuyas. Úsalas.