Gabo, el que nos faltará a los periodistas

Hace exactamente un año que Gabriel García Marquez se  fue dejando un gran vacío en el mundo de las letras y en el del periodismo. Nos sigue haciendo falta pero seguirá siempre siendo el ejemplo a seguir entre los que seguimos creyendo que, pese a todo, el periodismo es el mejor oficio del mundo. Este texto fue publicado en el periódico mexicano El Gráfico el año pasado, un día después del fallecimiento de Gabo. Hoy lo recordamos, en su primer aniversario luctuoso.

Por Elizabeth Palacios

“El mejor oficio del mundo”, decías que era este que me une a ti. Empezaste como muchos de nosotros, con miedos y con errores pero con el paso del tiempo te diste cuenta que el periodismo iba mucho más allá del cuando, dónde y cómo. Más lejos que la simple pirámide invertida, mucho más profundo que el ‘dijo’, ‘afirmó’, ‘señaló’ de la declaracionitis tradicional.

20 años antes de que tu novela más famosa fuera publicada tú no te estabas graduando como periodista, sino como abogado. Pero a esa profesión de título le fuiste infiel de corazón, con una más atrevida, más seductora. Comenzaste a escribir para El Universal de Cartagena el mismo año que te graduaste en leyes, después unos años en El Heraldo de Barranquilla. Ahí formaste parte junto a tus amigos y colegas, del Grupo de Barranquilla. Ahí fue donde encontraste inspiración para la vocación literaria que con el tiempo te llevaría hasta la cima.

Para ti el periodismo fue como la balsa en el mar, el cable a tierra, la manera que tenías para no perder contacto con la realidad. Fuiste crítico de cine, otra de tus pasiones. Corresponsal extranjero en el hermoso París de finales de los cincuenta, producto de una famosa controversia.

Relato de un náufrago fue una serie de 14 crónicas publicadas en El Espectador de Bogotá, basadas en los relatos de un joven marinero que sobrevivió al hundimiento de una embarcación. Sus revelaciones provocaron la ira de quienes defendían una versión oficial que no correspondía con la realidad. Así fue que París ganó a un gran cronista entre sus calles.

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Tras el triunfo de la revolución cubana, te trasladaste a Cuba en el año de 1960 y trabajaste en Prensa Latina, la recién fundada agencia de noticias del gobierno que encabezó Fidel Castro, de quien fuiste amigo entrañable, al igual que de Ernesto “Che” Guevara.

Justo en el mismo año que yo nací, tú fundabas en Colombia la revista Alternativa, madre del periodismo de oposición en tu país natal. Pasaron 20 años para que en 1994, junto a los dos Jaimes, tu hermano y el actual director y amigo que muchos periodistas conocemos, fundaras la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI).

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“Trabajar por la excelencia del periodismo y su contribución a los procesos de democracia y desarrollo” reza la misión de la FNPI, y gracias a tu empeño y el entusiasmo de entrañables maestros como Alma Guillermoprieto, Tomás Eloy Martínez, Javier Darío Restrepo, Miguel Ángel Bastenier o Jon Lee Anderson, hoy la fundación sigue en pie de lucha, formando más y mejores periodistas a lo largo y ancho del continente que tanto amaste.

Hasta ahora son cientos los periodistas iberoamericanos que han pasado por las filas de esta institución noble, preocupada por dar continuidad a tu legado, a ese llamado nuevo periodismo en el que nadie quería creer.

Creíste siempre en un periodismo donde la ética y la buena narración estuvieran por encima de los intereses de quienes manipulan la información. Quienes nos formamos como estudiantes de periodismo en la década de los noventa, y que hoy tratamos de cumplir esa misión en los medios, hemos tenido en la FNPI una gran plataforma de conocimiento y compañerismo, única en el mundo.

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He sido beneficiada por becas de la FNPI tres veces a lo largo de mi carrera, pero sólo tuve oportunidad de cruzar palabra contigo una vez, en un contexto totalmente ajeno. Era una reportera novata pero ya sabía que no hay peor momento para cruzar palabra con quien admiras que en un funeral.

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Tú estabas allí, triste, despidiendo a alguien entrañable. A mi me pedían llevar «reacciones» en la nota carroñera que siempre se pide. Tímidamente me acerqué y te dije: «soñé mucho con el momento de conocerlo, imaginé qué le diría y ahora me obligan a preguntarle cómo se siente, cuando la respuesta es tan obvia». Me tomaste con ternura el hombro y me diste un abrazo, con la voz entrecortada me dijiste que entendías mi trabajo pero no podías responder. Luego volteaste y señalaste a una mujer alta y esbelta que nos daba la espalda. Me llevaste del brazo y me presentaste a Elena Poniatowska al tiempo que dijiste: “ve con ella, a ella le encanta hablar”.

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Gracias Gabo, gracias por tu vida en mi vida, tus palabras, tus crónicas, tu fundación y tus enseñanzas para quienes amamos el periodismo.

Adios Gabo, ten un buen viaje.

Crónica no oficial de una periodista mexicana en París

Mientras desayuno-como (los horarios de mi estomago son una locura) en un típico café parisino, muy cerca de Le Peletier, recuerdo la última película francesa que vi. Ni siquiera me acuerdo del título, sólo se que la protagonista era una Juliette Binonche madura y siempre hermosa.

Binonche interpreto en esa cinta… Ellas, ya lo recordé, se llamaba simplemente Ellas…. A una periodista que hacia reportajes freelance para la revista Elle.

Y por que comienzo esta crónica justo con ese recuerdo? Porque este viaje me ha dado una certeza: puedo ser periodista, libre, en cualquier lugar del mundo. Y no importa en que idioma se escriba o en que idioma se entreviste… Porque la pasión es un lenguaje universal.

Y para buscar historias hace falta pasión. Para que la gente te cuente las historias se debe compartir esa pasión. En París, muchas personas han querido hablar conmigo y estoy convencida de que además de mi iPad, iPod y todos los elementos que le debo a Steve Jobs, tres herramientas han sido fundamentales para el éxito de estas historias: la intuición (he seguido mi instinto, no mi agenda), la humildad con certeza (no hablo tu idioma pero estoy segura de que me interesa lo que me tengas que decir) y la sonrisa (a ver, quien te cierra la puerta si siempre sonríes?).

Yo no se si a otros periodistas les funcione impresionar a sus fuentes con toooodo lo que saben del tema. Yo no hago eso. Para mi es importante que mis fuentes sepan todo lo que se, y lo que quiero saber, de ellos. Pero me es fundamental que sepan que yo soy una humilde ignorante de la materia que ellos dominan.

En París, las personas han cambiado sus agendas, conseguido traductores, buscado mi foto en Facebook para encontrarme en algún punto, todo para que las entrevistas fueran un éxito. No lo hicieron porque me haya ganado grandes premios de periodismo, ni porque haya publicado cientos de lo libros. Lo hicieron porque tenía un interés honesto es conocer sus historias.

La fórmula funciona lo mismo para importantes hombres o mujeres de negocios, que para equipos creativos o para vecinos que serán desalojados del barrio donde son propietarios de un negocio exitoso.

Ayer me dijeron que «era muy difícil escribir en francés» y lo agradezco porque hoy entendí que mi trabajo no es escribir, mi trabajo es encontrar las historias y eso lo puedo hacer en el único idioma que debe tener una historia para ser leída: la pasión con la que es contada.

Así, mientras como un steak casi crudo acompañado de una salsa de mostaza que no me agrada y unas papas a la francesa que por supuesto aquí no se llaman así, sino simplemente papas fritas (porque a las tipo sabritas las llaman chips), arropada por el sueter mas delicioso de mi vida que compre por tres euros en el metro, lo que veo es una ciudad nublada y fría que me gusta, que me acoge, que me cuenta historias.

Lo que veo a través de las ventanas de este bar parisino, son mis ganas de ser, permanentemente, una periodista libre que busca historias en París… O en cualquier lado.