Carta a Eduardo Galeano, maestro de utopías.

Sólo el bálsamo de tu tono de voz, calmado pero certero pudo tranquilizar a esa masa humana que permanecía ahí bajo la lluvia. Una masa compuesta de estudiantes, profesores, lectores, intelectuales o no, pero ávidos de encontrar en alguna de tus palabras, la fe perdida ante la sinrazón.

Por Elizabeth Palacios

Me enteré que te habías ido  un segundo después de apagar el motor del auto. Había llegado con prisa a casa para iniciar una semana más haciendo todas esas cosas que no tienen mucho sentido pero que se roban nuestro tiempo y energía en el diario vivir. Cuando leí la noticia de tu partida mis ojos comenzaron a escurrir, igual que la ropa nos escurría aquella noche en la que estuvimos cerca por última vez. Yo corría para llegar a tiempo, bajo una lluvia intensa y algo atípica en el otoño. Era el 5 de noviembre de 2012 y yo quería verte, hacía tanto que no escuchaba tu voz, tus palabras sabias y certeras. Pero no era la única, llegué tarde y me quedé afuera, recibiendo sobre mi cabello largo, el llanto del cielo. Nadie se fue, aunque la lluvia no cesaba. Colocaron unas pantallas para que pudiéramos verte y escucharte, en medio de las protestas de la multitud empapada.

Sólo el bálsamo de tu tono de voz, calmado pero certero pudo tranquilizar a esa masa humana que permanecía ahí bajo la lluvia. Una masa compuesta de estudiantes, profesores, lectores, intelectuales o no, pero ávidos de encontrar en alguna de tus palabras, la fe perdida ante la sinrazón.

Con las pausas que da alguien que sabe qué decir y cómo hacerlo, comenzaste a hablar. No sabíamos si estábamos asistiendo a una conferencia sobre un tema, si hablarías de tu último libro o del siguiente. Sólo acudimos al llamado de un amigable “encuentro con tus lectores”. Contigo ahí, no necesitábamos saber más, era tu presencia misma el consuelo que nuestras mentes buscaban.

Como soy baja de estatura, no alcanzaba a verte bien en la pantalla, pero te escuchaba, oía tu respiración un tanto cansada, que abría paso a ese sonido grave de tu voz. El mismo sonido que me puso a temblar y tartamudear la vez que tuve el atrevimiento de llamar a tu casa, así, sin pensarlo mucho, sólo tomando valor.

No recuerdo exactamente como, pero en enero de 2009 conseguí tu número telefónico. Quería reproducir “La Canción de los Presos”, un desgarrador texto que escribiste en 1979 sobre los horrores de las prisiones de la dictadura militar uruguaya, donde los presos se desahogaban escribiendo pequeños poemas de resistencia, dignidad y amor a la vida. Yo quería tener aquellas palabras en las páginas de la revista que yo editaba. Necesitaba tu permiso para hacerlo. Me habían contado ya que tu salud no era buena, pero me alentaba saber de tu compromiso con las causas justas. Nunca dejaste de creer en la justicia y por ello siempre te admiré. Viviste en carne propia los años duros, el exilio y la persecución. Pero seguiste caminando, y no sólo eso, sino que nos enseñaste que caminabas siguiendo a la utopía y con ello, alentaste a más de una generación a seguir creyendo que lo imposible se puede construir si se avanza con un paso certero y constante.

Recuerdo bien que mi corazón latía a toda prisa mientras del otro lado del auricular, se escuchaban los tonos de que a lo lejos, en tu amada Montevideo, timbraba el teléfono. Contestó ella, Helena, la mujer que acompañó tus pasos e inspiró tus letras desde 1976, en la efervescencia de los días difíciles de la historia uruguaya.

Helena me escuchó atenta mientras le explicaba el motivo de mi llamada desde las lejanas tierras mexicanas. Finalmente, aunque me advirtió que no estabas bien de salud, te llamó y te pusiste al teléfono. Repetí toda la explicación y sentía que flotaba. Estaba hablando contigo y no podía creerlo. La conversación fue breve, me preguntaste algunas cosas sobre el tipo de publicación que yo hacía y al decirte que era especializada en derechos humanos y de distribución gratuita, aceptaste de inmediato que tus palabras estuvieran en nuestras páginas. Los derechos humanos siempre fueron una de tus prioridades, pues encierran los componentes de ese utópico mundo justo con el que soñaste y nos hiciste soñar.

Nos despedimos pronto esa, la única vez que cruzamos palabra. Comenzaba el año y yo aún no sabía que la vida me iba a llevar a Montevideo nueve meses después. Que podría andar esas mismas calles que tú andabas a diario en tu ciudad, aquella a la que volviste cuando las aguas del horror se calmaron. Cuando conocí el mercado del puerto, me contaron que a veces ibas por ahí. Todos parecían saber de ti, y de que tu salud era delicada. Desde entonces tuve miedo de que te fueras pronto, pero seguiste dando la batalla por seis años más.

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Por eso corrí aquella noche bajo la lluvia, porque no sabía si tendría otra oportunidad para verte aquí, en mi México. Desafortunadamente, no la hubo.

Desde 2012 me acompañas a diario. Unos días después de aquella tarde en que tuve que conformarme con escucharte leer mientras la lluvia me empapaba, viajé a Francia llevando conmigo Los Hijos de los Días, el libro hecho con peculiares efemérides que se convertiría en tu última publicación. Me asombra la precisión con la que tus palabras me revelan algo cada día.

El 13 de abril, fue el día que tu cuerpo eligió para abandonar esta dimensión, para transformarse y continuar el viaje hacia otros mundos. En ese libro, el que descansa en mi buró todas las noches para acompañarme cada mañana, tal fecha está dedicada a la ignorancia del hombre moderno occidental, que no supo entender la sabiduría cuando la tuvo enfrente y, ante lo desconocido, apostó por la barbarie. Fue tu último día en la tierra y aún así me obligas a reflexionar… ¿nosotros habremos sido capaces de verte?

Descansa en paz no es una frase para ti, porque tu alma y tu mente fueron incansables, igual que tus convicciones. No descanses Galeano, transfórmate y no abandones al mundo que, sin tus palabras, ha quedado un poco más a merced de la barbarie a la que a diario intenta someternos la ignorancia. Buen viaje maestro de utopías y no descanses, que nosotros no lo haremos. Así nos lo enseñaste.

De esos días grises, cuando la muerte pesa mas.

Por: Elizabeth Palacios

No se en que momento decidí ser periodista. Quizá esto decepcione a algunos que creen que uno piensa demasiado las decisiones que determinaran el resto de la vida. Creo que, tal como pasa cuando uno encuentra al amor verdadero, el enamoramiento evoluciona sin darse cuenta hasta que ya se ha tatuado en la piel. Si, así es el amor que muchos sentimos por esta profesión.

Llámenme utópica, romántica o soñadora, ilusa también se vale, pero yo estoy convencida de que hacer periodismo es una forma de contribuir a hacer de este mundo un lugar un poco mejor. Hace poco una colega muy respetable me dijo una gran verdad que, hoy mas que nunca retumba en mis oídos: el mejor periodista es aquel que esta vivo.

Y queremos estar vivos, pero haciendo esto que nos da la vida. Queremos ser periodistas porque esa es la manera en la que hemos elegido vivir. Hacer bien nuestro trabajo, con ética y responsabilidad social es el primer paso para mantenernos con vida pero muchas veces, los siguientes pasos que nos marca el camino se salen de nuestro control.

Y aunque a veces pareciera que nos acostumbramos a la muerte cotidiana que nos ha permeado en los últimos años la realidad es que, hay días como el pasado sábado y como hoy, que la muerte pesa mas.

Y de ninguna manera esto significa que hay decesos menos importantes que otros, no. Tal vez sea porque algunas muertes te hacen sentir su frío y fétido aliento en la nuca, porque están mas cerca, porque te hacen mirarte en un espejo y hacerte muchas preguntas que no tienen respuestas.

Porque te hacen desear que hubiera formulas para hacerlo mejor, porque te preguntas donde estuvo el error, porque muy en el fondo quieres saber si tu espejo hizo algo que tu, en un futuro no deseable, podrías evitar.

Y entonces reaccionas y te das cuenta de que este día, la muerte de tus colegas te ha robado un poco de tu propia vida. Que su muerte es una herida purulenta en el cuerpo del gran amor que te mueve, del amor por el periodismo.

Queremos ser periodistas y queremos ser los mejores… Pero los mejores solo pueden serlo si están vivos. Nos queremos vivos.

Nota: todo lo publicado en este espacio es a título estrictamente personal y no refleja la opinión o postura de ningún medio de comunicación o empresa con la cual la autora mantenga una relación laboral presente o pasada.

Música para Aliens

Columna invitada

(publicada en El Gráfico, 30/nov/2011)

Por Elizabeth Palacios

Canciones para Aliens

Foto: AP/Diario La Razón

Enero de 2012 es el mes que Fito Páez ha elegido para ofrecer su corazón. Pero esta vez no se trata meramente del título de una canción; hablamos de que literalmente lanza al espacio exterior el gabinete privado que alberga en su pecho, ligado estrictamente a su propia educación sentimental.

Rodeado de estudiantes universitarios, fieles a la vocación de escuchar las palabras de los cantautores, el músico y cineasta argentino presentó en la Sala de Nezahualcóyotl del Centro Cultural Universitario su nuevo material discográfico “Música para Aliens”.

El nombre no es un invento gracioso y ocurrente del cantante argentino, no es una metáfora pues gracias a un convenio signado entre Sony Music y la Universidad Nacional Autónoma de México el material que Fito Páez seleccionó para esta grabación peculiar será enviado a través de ondas experimentales hacia el espacio exterior.

Una antena en la tierra que usará una señal experimental y que ha costado a Sony Music 15 mil dólares es el instrumento diseñado por el Departamento de Ingeniería en Telecomunicaciones de la UNAM que hará realidad una idea que surgió espontáneamente en la mente de Fito y de Leo Sujatovich, pianista y productor de este material.

Música para Aliens

Foto: Milenio.com

Al más puro estilo de “message in a bottle”, Fito decidió enviar a las galaxias vecinas una selección muy particular de música que, para él ,representa a este planeta. Sin pretender hacer antropología ni musicología, el músico y cineasta argentino se dedicó sólo a escuchar a su propio corazón para lograr no un disco de covers, sino un conjunto de verdaderas intervenciones en las que cada tema se lo fue apropiando.

Chico Buarque, Pablo Milanés, Ryuchi Sakamoto, Jacques Brel, Frederick Mercury y hasta Giusseppe Verdi podrán ser enviados al espacio gracias a esta idea que surgió como todas las que han incidido en el mundo: en un peculiar grupo de amigos creativos.

Acompañado por la Orquesta Sinfónica Juvenil Eduardo Mata, de reciente creación en la UNAM, Fito Páez interpretó algunas de las piezas que integran el material que ya está a disposición de los melómanos terrícolas y que en enero será lanzado al universo.

¿Cómo define Fito Páez a este sueño?… como muchos seguramente hemos definido varias de las obras de este músico argentino… como “un tratado de amor”… o más específica y amorosamente expresado:  “Un álbum que hizo un flaco que tiene unos amigos que tienen un radar y lo mandan pa’ fuera”.

El gélido y fétido aliento de la muerte

Por: Elizabeth Palacios*

Conocí a Javier Sicilia cuando la comunidad cultural de Cuernavaca me abrió sus brazos, una comunidad pequeña, amiga, solidaria, comprometida.

Escritor, analista, activista y poeta, pero sobre todo Javier ha sido siempre un hombre congruente, de firmes convicciones y principios intachables. Así, con esos valores y ejemplo de vida estoy segura que educó a Juan Francisco.

Por eso, porque lo sé de cierto, porque doy fe de que ante todo Javier es una buena persona, sostenido por la fe católica, la solidaridad, la ética y el pacifismo, por eso es que siento rabia cuando leo o escucho afirmaciones difamantes, tajantes, que pretenden manchar la memoria de su hijo.

Y se que, lamentablemente, Juan Francisco Sicilia no es el único joven que ha sido difamado en este paño sangriento en el que se ha convertido nuestro México.

Este dolor, esta rabia, la vi igualmente en los ojos del padre y la madre de Martín y Bryan, niños asesinados por el ejército en Tamaulipas.

Esta impotencia se ha reflejado en las protestas ciudadanas de amigos y familiares de los jóvenes estudiantes del Tec de Monterrey y en los jóvenes masacrados en Villas de Salvarcar, en Ciudad Juárez.

Pero la muerte de Juan Francisco me afectó de una manera distinta. Porque el dolor de mi amigo y maestro lo he sentido como propio. Porque me hizo sentir el gélido y fétido aliento de la muerte en la nuca, como si me estuviera diciendo al oído: “Estoy cerca… cada vez más cerca”.

No hablar de la muerte, no informar de la injusticia, no gritar para que acabe la impunidad no va a cambiar la realidad, o quizá si… La va a empeorar hasta que ese hedor y ese frío termine por trastocarnos, en lo más íntimo y lo más cercano, a todos, a todas.

Desde ayer que supe que Javier se encontraba fuera del país al momento del triste hallazgo del cuerpo de su hijo Juan Francisco no he podido dejar de pensar en su dolor. Javier ha estado viajando por muchas horas… ¿Que estará pensando? ¿Cómo lo estará viviendo?

Desde aquí le envío un mensaje de solidaridad y comparto sinceramente su profundo dolor. Sé que será su fe, su enorme fe en Dios que nunca negó ni le impidió ser un luchador social de izquierda, lo que lo mantendrá en pie, pero me duele pensar en este crimen atroz, sobretodo porque es en estos momentos que uno acepta que no se está nunca preparado para tanta muerte.

*Elizabeth Palacios es periodista y obtuvo el Premio Estatal de Periodismo 2005 en Morelos.

**Este texto fue publicado originalmente en http://www.pateandopiedras.com

 

«La vida loca»: una mirada más allá de los tatuajes

Desde que tengo memoria tuve la idea de que los tatuajes te marcaban… y no sólo en el sentido literal de la marca que dejan sobre tu piel para toda tu vida, sino de la marca social y el estigma que una persona tatuada trae consigo. Cuando en la adolescencia comencé a querer expresar mis ideas y emociones en todos los espacios posibles, incluida mi propia piel, mi madre siempre me decía que «sólo los delincuentes y los expresidiarios se hacían tatuajes». Reconozco que aunque no compartía esa idea, tampoco tuve valor para hacerme un tatuaje. Hoy tengo 36 años y sigo teniendo unas ganas infinitas de tatuarme algo que hable para siempre de lo que soy, del ser humano que siempre quiere expresar algo, quiero hablar por mi piel. Todavía no lo hago… creo que ahora es más miedo al dolor físico del procedimiento que al estigma… pero pronto lo venceré y me tatuaré.

Ustedes, queridos lectores y lectoras se preguntarán ¿y a nosotros qué nos importa lo que esta mujer, periodista, escritora, amante de la libertad piense o no piense sobre los tatuajes?, en efecto, lo que yo piense de los tatuajes no es el tema de esta reflexión. El tema es… y ¿ustedes qué piensan, qué sienten, qué se imaginan cuando ven a una persona tatuada?… ¿ya lo pensaron?

Ahora, la segunda parte de este ejercicio es… cuando una persona ha decorado su cuerpo con tatuajes a tal grado de que no sabemos cuál era el color original de su piel… ¿qué te dice eso de esa persona?… ¿han tratado de leer los mensajes que esa persona quiso expresar en su propia piel?… ¿se han puesto a pensar en el significado que esos mensajes pueden tener?… En una sola pregunta: ¿ustedes han tratado de ver más allá de los tatuajes?

En otro momento de mi vida, cuando veía el cine con ojos de cineasta y no con ojos de mujer libertaria, este post hubiera sido una reseña más del documental «La vida loca», último trabajo del documentalista franco-español Christian Poveda. Pero hoy este post no es una reseña crítica del trabajo cinematográfico que recientemente fue estrenado en salas comerciales del Distrito Federal. Y… ¿saben por qué no lo es?… porque Christian, conmigo, como espectadora, logró su cometido: yo acepté la invitación para conocer al ser humano que hay debajo de la piel tatuada.

Las pandillas centroamericanas son el tema de este documental. Es un tema fuerte. El documental tiene un fuerte   olor a muerte… pero también es un canto a la vida. Sí… tal como lo leen. Yo no creo que Christian Poveda haya querido que los espectadores saliéramos de la sala de cine convencidos de que la desesperanza y el crimen es un destino tan incrustado en la piel de esos jóvenes como cada uno de sus tatuajes. Al menos yo no salí con esa sensación… porque la narrativa del documental, las historias presentadas, las miradas, las lágrimas, las risas, el brillo de los ojos, me hicieron dejar de ver los tatuajes en la piel de quienes integran la Mara 18, una pandilla integrada por… ¡adivinen!… POR SERES HUMANOS.

Es probable que las personas que vean este documental tengan conocimientos previos del fenómeno de las maras en Centroamérica. Tan solo con buscar un poco de noticias tendrían elementos para llegar cargadas de prejuicios, estigmas y discriminación. Probablemente haya otras personas que lleguen informadas, contextualizadas, que sepan que nacer y crecer en un país pobre, devastado por una guerra que no deja de pasar  facturas no es un asunto sencillo. Pero lo cierto es que aún aquellas personas que no saben nada de las pandillas en El Salvador podrán disfrutar este documental y, probablemente serán quienes más lo disfruten, porque llegarán ante la pantalla con los ojos limpios y los oídos abiertos… tal como lo hizo Christian Poveda.

Christian Poveda vivió con las y los pandilleros durante mucho tiempo. Él no llegó a El Salvador como Europeo lejano, no los filmó por unos días desde la lejana mirada de una persona que creció en el primer mundo. Tampoco los juzgó con la lente. No los victimizó ni los satanizó. Él sólo los aceptó, tal y como son. El resultado que se obtiene cuando alguien se acerca con honestidad, sin prejuicios, con el profesionalismo de querer contar una historia desde y para la verdad es algo como «La Vida Loca»: una mirada más allá de los tatuajes.

Y mi bandera bicentenaria apa?

Me entero por las redes sociales q entre los infames e insultantes gastos q el presidente ilegitimo de Mexico, Felipe Calderon, ha decidido hacer esta la ridicula accion de enviar banderas por correo a los hogares de las y los mexicanos.

Desde q tengo uso d razon los mexicanos hemos puesto banderas en nuestras ventanas, nuestros autos, y hasta nuestros rostros o cabello para mostrar nuestro fervor patriotico en septiembre… Entonces para q tomarse la molestia de hacer este ridiculo envío?

A mi no me ha llegado una… Probablemente porque no he cumplido con el compromiso ciudadano de notificar al IFE mi cambio d domicilio. Si su base de datos son los datos del IFE, mi bandera anda perdida en medio de los bosques d Huitzilac, Morelos, donde vivia cuando era feliz y no vivia con miedo ni rabia.

Si su fuente son los registros q nos obligaron a hacer d nuestras lineas celulares quiza no me ha llegado porque entonces tendrian mas oportunidad de saber quien soy, que opino y que he dicho publicamente q hare con la bandera: un disenio verdadero de la bandera del bicentenario.

Quiza no me llegue mi bandera con una tarjetita exhaltadora del orgullo nacional firmada por las manos manchadas d sangre d un presidente al que yo no elegi con mi voto.

Quiza me llegue… No lo se. Pero lo cierto es que hoy, como en mi familia se ha hecho por anios, comprare una banderita con los tradicionales bandereros y le cosere un liston negro en senial de luto, porque eso es lo unico q hay hoy en Mexico.

Porque un pais que no solo no ha sabido dar certeza y seguridad a su pueblo, sino q ademas se ha convertido en complice por omision de asesinos de ciudadanos de otros pueblos hermanos, no es digno de celebrar ningun bicentenario.

Un pais que arroja a sus ciudadanos a huir en busca ya no solo de empleo, sino de conservar la vida, de que puede sentirse orgulloso?

Un pais donde asesinar, desaparecer y atentar contra periodistas se ha convertido en un modus operandi sistematico para generar zozobra, miedo, psicosis y danio permanente a una democracia tan falsa como esta groseramente fastuosa celebracion. Eso es hoy Mexico.

Hemos tenido muchas banderas a lo largo de la historia y, cuando las hicieron, encerraban en si mismas simbolismos para los q libraban las respectivas batallas. Asi como el Cura Hidalgo alzo el estandarte d la virgen para enviar un mensaje al pueblo que lo sigio por fervor… Yo hoy alzare mi propia bandera… Una bandera en luto. Porque mi pueblo, mi pais, mi corazon si tiene una herida por cada uno de los muertos de una guerra que nadie pidio.

Escrito por Elizabeth Palacios. Periodista y defensora de derechos humanos. Publicado con WordPress para BlackBerry.

De emociones, realidades y mensajes sin remitente

Llevo más de 48 horas sin poder digerir todas las emociones que se me juntan en el pecho, el alma y las vísceras. Haber caminado orgullosa, con la frente en alto, junto a un millar de colegas con quienes compartir la rabia, la indignación, el silencio impuesto… es una experiencia que no he terminado de asimilar. Trabajar día a día documentando las agresiones que las y los periodistas sufrimos por sólo realizar nuestro trabajo me había hecho acumular un grito callado, una desesperación impotente… una tristeza infinita. Confieso que lloré frente al televisor cuando vi la pantalla negra de Punto de partida… lloré por los colegas secuestrados, pero sobre todo por los colegas desaparecidos antes, por esos por los que nadie, ninguno habíamos hecho realmente nada. Lloré por los colegas asesinados… pero lloré por mí misma. Lloré porque reconocí que tenía miedo y que de alguna forma había que canalizarlo. Lloré porque, como muchos, me he sumado a las estadísticas de divorcios y familias rotas por haber elegido una profesión que muchos necesitan y nadie valora. Una profesión donde no se gana dinero, no se tiene tiempo para uno mismo, no hay tiempos de descanso, no se hacen muchos planes… se vive al día… con la adrenalina como compañera. Mis compañeros de vida no lo entendieron y se fueron, en busca de una vida familiar más sencilla… menos intensa.

Pero también debo confesar que lloré poco, porque no suelo ser de las personas que se preocupan, sino de las que se ocupan. Así, afortunadamente gracias a las redes sociales coincidí en el lugar y el momento preciso con otros colegas que, como yo, estaban hartos de ser espectadores de su propia historia. Había llegado el momento de hacer algo, de tomar la calle, de protestar en silencio por todo aquello que nos duele, que nos atemoriza, que nos obliga a callar. Fue una semana intensa, compartiendo, conociendo y apreciando cada día más a ese colectivo que dio forma al movimiento #losqueremosvivos.

Poco a poco dejamos de ser una etiqueta en twitter para convertirnos en la primera piedra de una gran avalancha de respuestas, de cuestionamientos, de solidaridad, de testimonios y de historias. Así, el esfuerzo se materializó en cada uno de los mil rostros que marcharon por la ciudad de México el pasado sábado; se volvió una realidad en las voces que se unieron al mismo tiempo en Tijuana, Hermosillo, Oaxaca, León, Tuxtla Gutiérrez, Ciudad Juárez, Pachuca, Veracruz, Acayucan, Chihuahua…

El trabajo se transformó en alegría cuando caminamos acompañados de la sociedad civil, solidaria, fuerte, alentadora. Cuando las bocinas de los autos no sonaron para reclamar un caos vial, sino para solidarizarse con un movimiento genuino, auténtico, surgido de la base trabajadora de los medios de comunicación, de los periodistas de a pie.

La alegría se transformó en llanto cuando nos reencontramos con colegas de años, compañeros de batallas, de coberturas, de aventuras, de pérdidas… de duelos. Cuando escuchamos en cortito, en privado, al oído, los relatos de colegas de Juárez, de Ciudad Victoria, de Morelos, de Guerrero…

El llanto se transformó en compromiso cuando todos comenzamos a preguntarnos, ahí, todavía sedientos y sudados por haber tomado la calle ¿y ahora qué sigue? Y por eso, hoy estoy segura de que sigue analizar, conversar, escucharnos y proponernos cosas, pero sobre todo, sumar, seguir sumando esfuerzos y solidaridades compartidas entre colegas, entre periodistas de a pie, entre defensores de la libertad de expresión y entre directivos y dueños de los medios. Solos no podemos. Hoy más que nunca la tarea debe ser sumar siempre, restar… nunca más.

De realidades

Al momento de estar escribiendo estas líneas me enteré de que el colega Alejandro Cossío fue galardonado con el premio CEMEX-FNPI en la categoría de Fotografía, FELICIDADES!! y esta felicitación no es por nacionalismo ni nada por el estilo. Es porque Alejandro logró llevar a los grandes escenarios a la realidad cotidiana del periodismo mexicano. Fotografías crudas, que duelen, que desgarran… que vivimos en México todos los días. Gracias Alejandro, necesitamos que el mundo vea esto.

De mensajes sin remitente
También, poco antes de comenzar este texto recibí un comentario en este blog. Alguien, en tono de reclamo, me mostraba una foto donde policías estatales de Veracruz encañonan a un miembro del ejército en el contexto, dicen, de la guerra contra el narcotráfico. No tiene remitente. Se incluyó totalmente fuera de contexto, comentando un reportaje sobre derechos de los peatones en la ciudad de México. No se cómo interpretarlo. No me gustó. Pero lo voy a aprobar porque defiendo la libertad de expresión y hacerlo es parte de mi coherencia como defensora y como periodista.

Guarderia ABC: tristeza sumada con indignacion

El dolor por la muerte de un hijo debe ser indescriptible. Cuando era nina, mis familiares me relataban como habia sufrido mi madre al perder a uno de mis hermanos que fallecio a los seis meses de edad, victima de una enfermedad producida por una negligencia medica al momento del parto.
Las versiones coincidian, mi madre estuvo al borde de perder la razon. Hoy que tengo dos hijos que son la luz de mi vida, lo comprendo aun mas. Al igual que comprendo, y vivo como si fuera mio, el dolor y la indignacion de los padres y madres de los 49 bebes que fallecieron en el incendio de la guarderia ABC.
Esta tragedia, quiza la puedo ver y sentir de una forma distinta, por el hecho de que mi hijo acude mas de ocho horas diarias a un centro de cuidado infantil.
De por si ya es doloroso que en Mexico no haya flexibilidad en los horarios laborales, que las prestaciones del servicio de guarderias esten limitadas a tan pocas familias, que la responsabilidad del cuidado infantil no se vea como un compromiso de Estado sino como una responsabilidad casi enteramente de las mujeres.
Pero si a todo este panorama al que nos enfrentamos las madres y padres trabajadores, le sumamos funcionarios corruptos que lucran con los programas sociales, que avalan que lugares sin las minimas condiciones de seguridad sean habilitados como estancias infantiles, el dolor se incrementa.
Y ese dolor se transforma en rabia, indignacion, coraje y fuerza para luchar cuando servidores publicos del Estado mexicano, supuestamente comprometidos con los derechos de las ninas y los ninos, son complices de trafico de influencias, nepotismo y negligencia que, lamentablemente dieron como resultado una de las tragedias mas impactantes para la sociedad: el incendio de la Guarderia ABC.
De que sirve declarar un dia de luto nacional, cuando la impunidad es la unica ganadora en medio de este caso. Recibir a algunos de los padres de las victimas en Los Pinos un anio despues de la tragedia es una respuesta de Estado? La indiferencia del gobierno federal es insultante ante el dolor por el que han tenido que pasar las familias que perdieron a 49 bebes en medio del fuego.
Hoy se cumple un aniversario de esta tragedia. La costumbre mexicana suele llevar a los deudos a los cementerios a depositar flores y rezar. Pero la impunidad y la falta de respuestas contundentes de un Estado fallido, hoy llevan a los deudos de los 49 ninos a marchar por las calles, a protestar y dejar claro que su voz no se callara, porque el crimen cometido contra sus hijos es imposible de olvidar.

Escrito por Elizabeth Palacios. Periodista y defensora de derechos humanos. Publicado con WordPress para BlackBerry.

La violencia y el terror en Morelos: obra en tres actos

Elizabeth Palacios

Hasta hace no mucho tiempo la mayoría de los habitantes del centro del país escuchábamos -o incluso discutíamos- sobre el tema del narcotráfico como algo «que estaba duro en el norte». Nos solidarizábamos con las tragedias relatadas diariamente en los medios de comunicación: homicidios perpetrados con una violencia demencial, mensajes amenazantes, guerras entre grupos de la delincuencia organizada, militarización sin resultados, policía corrupta y un sin fin de etcéteras. Pero he de reconocer que lo mirábamos como espectadores, como algo que no estaba cerca de nosotros. Para algunos era algo que ni siquiera sentían que les afectara (a pesar de que por supuesto afecta pues la ingobernabilidad y la falta de Estado de derecho nos afecta a todos y todas por igual).

 Hoy las cosas son muy diferentes. De acuerdo con información difundida en medios de comunicación de circulación nacional, la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) incluyó a Morelos en un informe presentado a la Secretaría de Gobernación (Segob) como uno de los cinco estados más peligrosos del país por las acciones del crimen organizado.

 Y para ganarse este nada honroso lugar no se necesitaron años, sólo un show mediático detonador que podría titularse: «La violencia y el terror en Morelos: obra en tres actos», y que comenzó con la captura, asesinato y posterior exhibición dolosa de Arturo Beltrlán Leyva, «El Barbas», líder del cártel que lleva su apellido y conocido por su poder en el centro y sur del país. Pero este espectáculo ha tenido varios actos, pongan atención:

 Primer acto: Al ritmo de Ramón Ayala

 Todo comenzó el 11 de diciembre de 2009, en el fraccionamiento Los Limoneros ubicado a las afueras de Cuernavaca, rumbo a Tepoztlán. Una gran preposada se llevaba a cabo, amenizada ni más ni menos que el mismísimo Ramón Ayala, un músico que no cualquiera puede pagar. Pero el anfitrión sí podía. Y ¡cómo no iba a hacerlo! si era Edgar Valdez Villareal, mejor conocido como «La Barbie» por poseer un físico que lo acerca más al prototipo del narcojunior de cuello blanco que al que realmente le corresponde: cabeza del brazo armado de uno de los cárteles más sanguinarios del país.

 La fiesta, repleta de «chicas buena onda» del más alto nivel que acompañaban a la crema y nata, es decir al narcojetset mexicano fue interrumpida por un operativo que no iba precisamente por La Barbie, sino por el «jefe de jefes»: Arturo Beltrán Leyva.

 Edgar Valdez Villareal quiso montarle una «última cena» digna de relato bíblico a su jefe pues se dice que «se los puso» en bandeja de plata  a los servicios de inteligencia de las fuerzas armadas mexicanas. La contrainteligencia ganó y Beltrán Leyva no fue atrapado en ese operativo.

 Pero el montaje no fue en vano. La guerra del narcotráfico que tanto enorgullece al gobierno federal ganó uno más de los que Felipe Calderón llama «los menos» pues en el fuego cruzado de ese 11 de diciembre perdió la vida una persona inocente, situación por la cual la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Morelos inició una queja que fue posteriormente remitida a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos para la investigación correspondiente.

 Segundo acto: el que es buen marino hasta donde no hay mar navega

 La tarde del 16 de diciembre de 2009 parecía como cualquier otra en Cuernavaca. La sala de urgencias del hospital José G. Parres -el único nosocomio público operado por la secretaría de salud estatal en toda la ciudad de Cuernavaca, ese al que van los más pobres y vulnerables-  estaba como siempre, llena. Enfrente, el Hospital del Niño Morelense que, como su nombre lo dice, atiende especialidades pediátricas gracias al trabajo de una fundación asistencial en colaboración con el gobierno estatal. Sus labores también eran normales, nada parecía alterarse.

 La función comenzó poco después de las 4 de la tarde cuando arribaron a la zona elementos de la Armada de México (no del ejército, sino de la Marina) para realizar un operativo en el condominio de lujo Altitude, situado a escasa distancia de los hospitales mencionados, en una zona céntrica de Cuernavaca que no fue acordonada y donde el tráfico no fue detenido. La población civil no existía para ellos. No tienen nombre ni apellido, sólo son «daños colaterales» en su mentalidad guerrera. No pensaron en ellos… pero sí tuvieron tiempo para pensar en la mercadotecnia de su espectáculo pues horas antes  -de acuerdo al testimonio de una fuente que ha pedido el anonimato-, acudieron a las redacciones de los diarios más importantes del país (en la ciudad de México) para «invitar» con la amabilidad que caracteriza a las fuerzas armadas de este país, claro está, a algunos fotógrafos para que su actuación pasara a los anales de la historia.

 El resto es historia: balas… muchas, todas las que pudieron tirarse en tres horas de enfrentamiento. Pánico, incertidumbre, desconcierto, muerte y mucha sangre derramada pero finalmente, cual toreros cortaron rabo y orejas: Arturo Beltrán Leyva cayó muerto en el operativo. Por si alguien lo dudaba, elementos del ejército nuevamente «invitaron» a uno de los fotógrafos que llevaron a dar fe de la presa cazada. Así surgieron las polémicas fotos que muestran el cadáver del capo en condiciones degradantes que desataron el siguiente acto.

 


 

Pero antes, recapitulemos los «daños colaterales» de este operativo: el asesinato de otra persona civil que viajaba a bordo de su automóvil debido a un operativo donde irresponsablemente se expuso a la población morelense que además a partir de esa tarde ha perdido su tranquilidad, estabilidad y sobre todo la seguridad con la que se podía vivir en el estado. 
 

Tercer acto: la narcosicosis en medio del dejar hacer… dejar pasar 
 

Al morir Arturo Beltrán Leyva probablemente los ojos azules de Edgar Valdez brillaron. El camino parecía libre y La Barbie podría hacer honor a su alias y “vivir feliz para siempre”. Pero la vida no es un cuento de hadas, ni siquiera para las muñecas. Valdez Villareal no ha podido ocupar el trono anhelado porque alguien más decidió pelear por él. El escenario (o al menos el más visible) de esta batalla por el nuevo liderazgo del cartel de los Beltrán Leyva ha sido, desde el pasado mes de marzo, el estado de Morelos, principalmente la ciudad de Cuernavaca, que después de ser la ciudad de la eterna primavera hoy podría conocerse como “la ciudad de la diaria balacera”. 
 

            En marzo los periodistas comenzamos a contar muertos. Primero eran ataques focalizados en colonias determinadas. Actividades nocturnas. La ejecución de una pareja que viajaba a bordo de un automóvil que circulaba en pleno centro de Cuernavaca la noche del jueves santo incrementó el nerviosismo. Más balaceras. Narcomantas en pleno zócalo de Cuernavaca. Silencio del Estado. 
 

            Después vinieron las ejecuciones y comenzamos a perder la cuenta de las víctimas. Los rumores y el silencio de las autoridades propiciaron la desinformación. Hasta entonces, hasta que la gente entró en pánico, el gobierno estatal solicitó formalmente apoyo de fuerzas federales para frenar la ola de violencia. Un día antes en el sur del Estado lo único que elementos federales habían logrado fue intoxicar a un bebé de 4 meses por los gases lacrimógenos que usaron, a pesar de que los criminales no estaban en el lugar, el misterio es ¿a quién le aventaron los gases? 
 

            El siguiente paso ya fue el colmo. Los narcomensajes electrónicos que provocaron que los visitantes cautivos por años no llegaran y que la gente de Cuernavaca se encerrara en sus casas, víctima del pánico, una noche de viernes. Algo realmente excepcional en una ciudad con vocación turística conocida.

            ¿Alguna explicación pública?, ¿Algún mensaje a la ciudadanía? No. Por el contrario, las autoridades ordenaron cerrar temprano incluso en edificios públicos y dieron legitimidad al mensaje de los delincuentes, en lugar de cumplir sus obligaciones como Estado y garantizar el derecho al libre tránsito y a la seguridad personal de la ciudadanía. 
  
Como bien apuntó Javier Sicilia en un artículo publicado en Proceso el pasado 4 de mayo: “O bien, tenemos una clase política imbécil, rehén del crimen organizado y ajena a los ciudadanos, o el gobierno federal está utilizando a Morelos […] para medir la posibilidad de instalar realmente un estado de excepción en el país”. 
¿Quién decidirá el siguiente acto? 
Ese día, que pasará a la historia como “la noche de la narcosicosis”, yo decidí dejar de contar muertos y mirar desde otro ángulo lo que está ocurriendo en el estado de Morelos, una entidad donde además vive mucha de la gente que más quiero. Comencé a hablar con las personas comunes y corrientes. Basta de declaraciones oficiosas y narcomensajes sin sentido. Quería escuchar la voz de quienes han dejado de pasear con tranquilidad, de quienes han dejado de disfrutar sus casas de fin de semana, de aquellos que ya perdieron la cuenta de las veces que han tenido que responder las incómodas preguntas de los militares en los retenes. 
            La impresión que tengo después de tener conversaciones informales, en confianza, con conocidos y con desconocidos habitantes del estado es que, por un lado, hay un sector de la población que se siente seguro por la presencia de militares en la ciudad, hay otro que desde siempre ha manifestado su preocupación por esta medida y, peor aún, otro que ya comenzó a ser víctima de los conocidos abusos que el ejército comete en contra de quien “sospecha que puede entrar en el estereotipo de sospechoso”, como es el caso publicado hoy por un periódico de circulación nacional de un hombre que fue privado ilegalmente de su libertad por elementos del ejército mexicano y remitido al campamento que tienen en la colonia Acapantzingo, donde fue golpeado solamente porque “alguien” les dijo que era sospechoso. Por supuesto este hombre ha declarado que interpondrá una queja ante la Comisión Estatal de Derechos Humanos y, me permito recomendarle, que lo haga también ante la Comisión Nacional. 
Yo siempre me he encontrado en el segundo grupo. Formo parte de las personas que abiertamente hemos manifestado nuestra preocupación por el uso de las fuerzas militares en labores de seguridad pública. Reconozco la labor del ejército en otras tareas, como en los casos de desastres naturales donde su trabajo les ha valido el respeto de mucha gente, sin embargo, los soldados no han sido entrenados para realizar tareas policiacas. La protección de la sociedad civil no es su objetivo primordial. En una guerra, lo único que se quiere es eliminar al enemigo, cueste lo que cueste. Y ya estamos siendo testigos de que cuesta muy caro. ¿Cuántos muertos más se necesitan para dar marcha atrás a una guerra que beneficia sólo a los poderes fácticos?, ¿necesitan las autoridades un mensaje más claro o es que olvidan que su trabajo es servir a la ciudadanía?

La impotencia de perder el patrimonio… y la tranquilidad

Por: Elizabeth Palacios

 

Bajaron las escaleras cascos en mano, iban a comprar un par de zapatos para el pequeñín pues sus pies crecen velozmente. Ya no fueron pues su vehículo de dos ruedas no estaba en su lugar. Él… un bebito de casi dos años que disfrutaba la ciudad montado en su sillita especial. Ella… una mujer, madre soltera, amante del ciclismo urbano y que, por increíble que parezca, cinco minutos antes había contestado la encuesta del Consejo Ciudadano por Internet diciendo que se sentía “segura en su casa y su colonia”.

Adios a mi bici

Adios a mi bici

 

Ayer por la tarde, aproximadamente a las 15:30 horas, fuí víctima de la delincuencia en la ciudad de México y nuevamente víctima de la impunidad y la falta de justicia al tener la intención de “hacer lo correcto”. Esta es la historia, mi historia urbana, escrita horas después del incidente:

 Bajé las escaleras después de haber estado toda la mañana en casa, escribiendo y escribiendo. Hoy no salí temprano como todos los días. Hoy fue un día diferente. Cuando estaba a punto de subir a mi bebé a su carreola me percaté de que mi bicicleta ya no estaba en su sitio, pero sí la cadena “de seguridad”  que solía sujetarla al barandal. Es un área común, un patio techado, el acceso al edificio. Varios vecinos y vecinas dejábamos ahí las bicicletas. De momento no pensé mucho.

 Salí, pregunté a los trabajadores de una cafetería vecina donde siempre todos son muy amables y que conocían bien la bici, nos veían cada domingo a mi bebé y a mi salir entusiastas con rumbo a Reforma. Uno de ellos me dijo tener la sensación de haberla visto apenas una hora antes, cuando entró al edificio. Eso me dio una esperanza. Recordé el relato de uno de los bicitekos que con el apoyo de la policía capitalina logró recuperar su bici pues avisó de inmediato a las autoridades. Tomé mi celular y marqué, pedí una patrulla. La policía no tardó ni 10 minutos en llegar. Los uniformados fueron amables, primero llegaron dos a pie, luego uno más en una patrulla.

 Entraron y coincidieron con mis deducciones, el ladrón tiene llaves del portón del edificio, intentó forzar la cadena y al no lograr romperla entonces debió haber roto el asiento de mi bebé, con alguna sierra pues no hubo ningún ruido, ni un pedazo de plástico, ni un rastro (claro que las huellas del ladrón deben estar en la cadena que aún sigue colgando del barandal, pero en México las huellas no sirven para nada).

 Me dijeron que ya habían avisado por radio, que iban a peinar la zona, con las características de la bici que yo les dije, que no me moviera de mi casa, que les diera dos horas a ver si la localizaban. Pero ese tiempo ya pasó y no tengo ninguna noticia. Se fueron y yo sentía que tenía que denunciar, sin esperanza de volver a ver a mi amada bicicleta retro.

 

Entonces bajó un vecino quien con una voz resignada y doliente me dijo “¿ya le tocó a usted? A las del 14 les robaron las suyas el lunes y la mía fue ayer” -¿No va hacer nada? Pregunté asombrada, la respuesta fue la de muchos mexicanos… ¿para qué?

 Al poco rato bajó otra vecina que me dijo con mucha certeza “ah seguro fue el tipo este que dizque cuida los coches”, le pregunté ¿el franelero tiene llaves del edificio?, su respuesta fue afirmativa, aunque dijo no saber cómo era que tenía acceso si era alguien completamente ajeno al condominio.

 Mi espíritu de periodista justiciera (como cariñosamente me llaman algunos amigos) me hizo tomar mi teléfono y llamar nuevamente a emergencias, pedía que volvieran los amables policías, que anotaran que el robo ya no era una casualidad o descuido sino un plan de profesionales que nos tenían bien vigilados y que además alguien estaba señalando a un probable responsable. La operadora se rió y me comunicó con su supervisor. Él me dijo, textualmente (o casi) “Mire una de las soluciones es que entre todos los vecinos se organicen para que tengan mayores medidas de seguridad, una malla ciclónica, un candado, eso a lo que Salinas de Gortari llamó Solidaridad”… Casi me daba un ataque ¿de qué demonios me estaba hablando este hombre?

 Le dije  que si no iban a mandar a los patrulleros entonces que me indicara cómo poner la denuncia, le dije que yo había escuchado que ya había forma de denunciar en forma anónima o por Internet pues yo tenia miedo de que al señalar al sospechoso éste tomara represalias. Su respuesta fue que llamara al número del Consejo Ciudadano de Seguridad Púbica. Lo hice.

 En dicho consejo me dijeron lo mismo, que tenía que ir al MP,  que ellos me iban a pedir que señalara al presunto responsable. Le dije de mi miedo por las represalias, me pidió confianza pues el MP me iba a dar medidas de protección. Colgué sin saber qué hacer. Son las 6 de la tarde y no he tenido el valor de ir a perder mi tiempo al MP. Se que eso es lo que se debe hacer, pero ¿engrosar las cifras me va a devolver la bicicleta o sólo me va a convertir en enemiga de quienes ya entraron a mi edificio?

 Mi hijo despertó, tiene fiebre. No iré al MP, debo llevarlo al doctor y quedarme con mi rabia e impotencia guardada.

PD.- En la noche hablé con las otras dos vecinas que también sufrieron robo de bicicletas. Me convencieron, iremos a denunciar, pero ya será después, total, solo será «para que haya un antecedente»… como si los millones de «antecedentes» intimidaran a estos pillos… pero haremos lo correcto, al menos nosotras, las víctimas. Si les ofrecen la bici de la imagen, no la compren, es robada…¡Me la robaron a mi!!