Llevo más de 48 horas sin poder digerir todas las emociones que se me juntan en el pecho, el alma y las vísceras. Haber caminado orgullosa, con la frente en alto, junto a un millar de colegas con quienes compartir la rabia, la indignación, el silencio impuesto… es una experiencia que no he terminado de asimilar. Trabajar día a día documentando las agresiones que las y los periodistas sufrimos por sólo realizar nuestro trabajo me había hecho acumular un grito callado, una desesperación impotente… una tristeza infinita. Confieso que lloré frente al televisor cuando vi la pantalla negra de Punto de partida… lloré por los colegas secuestrados, pero sobre todo por los colegas desaparecidos antes, por esos por los que nadie, ninguno habíamos hecho realmente nada. Lloré por los colegas asesinados… pero lloré por mí misma. Lloré porque reconocí que tenía miedo y que de alguna forma había que canalizarlo. Lloré porque, como muchos, me he sumado a las estadísticas de divorcios y familias rotas por haber elegido una profesión que muchos necesitan y nadie valora. Una profesión donde no se gana dinero, no se tiene tiempo para uno mismo, no hay tiempos de descanso, no se hacen muchos planes… se vive al día… con la adrenalina como compañera. Mis compañeros de vida no lo entendieron y se fueron, en busca de una vida familiar más sencilla… menos intensa.
Pero también debo confesar que lloré poco, porque no suelo ser de las personas que se preocupan, sino de las que se ocupan. Así, afortunadamente gracias a las redes sociales coincidí en el lugar y el momento preciso con otros colegas que, como yo, estaban hartos de ser espectadores de su propia historia. Había llegado el momento de hacer algo, de tomar la calle, de protestar en silencio por todo aquello que nos duele, que nos atemoriza, que nos obliga a callar. Fue una semana intensa, compartiendo, conociendo y apreciando cada día más a ese colectivo que dio forma al movimiento #losqueremosvivos.
Poco a poco dejamos de ser una etiqueta en twitter para convertirnos en la primera piedra de una gran avalancha de respuestas, de cuestionamientos, de solidaridad, de testimonios y de historias. Así, el esfuerzo se materializó en cada uno de los mil rostros que marcharon por la ciudad de México el pasado sábado; se volvió una realidad en las voces que se unieron al mismo tiempo en Tijuana, Hermosillo, Oaxaca, León, Tuxtla Gutiérrez, Ciudad Juárez, Pachuca, Veracruz, Acayucan, Chihuahua…
El trabajo se transformó en alegría cuando caminamos acompañados de la sociedad civil, solidaria, fuerte, alentadora. Cuando las bocinas de los autos no sonaron para reclamar un caos vial, sino para solidarizarse con un movimiento genuino, auténtico, surgido de la base trabajadora de los medios de comunicación, de los periodistas de a pie.
La alegría se transformó en llanto cuando nos reencontramos con colegas de años, compañeros de batallas, de coberturas, de aventuras, de pérdidas… de duelos. Cuando escuchamos en cortito, en privado, al oído, los relatos de colegas de Juárez, de Ciudad Victoria, de Morelos, de Guerrero…
El llanto se transformó en compromiso cuando todos comenzamos a preguntarnos, ahí, todavía sedientos y sudados por haber tomado la calle ¿y ahora qué sigue? Y por eso, hoy estoy segura de que sigue analizar, conversar, escucharnos y proponernos cosas, pero sobre todo, sumar, seguir sumando esfuerzos y solidaridades compartidas entre colegas, entre periodistas de a pie, entre defensores de la libertad de expresión y entre directivos y dueños de los medios. Solos no podemos. Hoy más que nunca la tarea debe ser sumar siempre, restar… nunca más.
De realidades
Al momento de estar escribiendo estas líneas me enteré de que el colega Alejandro Cossío fue galardonado con el premio CEMEX-FNPI en la categoría de Fotografía, FELICIDADES!! y esta felicitación no es por nacionalismo ni nada por el estilo. Es porque Alejandro logró llevar a los grandes escenarios a la realidad cotidiana del periodismo mexicano. Fotografías crudas, que duelen, que desgarran… que vivimos en México todos los días. Gracias Alejandro, necesitamos que el mundo vea esto.
De mensajes sin remitente
También, poco antes de comenzar este texto recibí un comentario en este blog. Alguien, en tono de reclamo, me mostraba una foto donde policías estatales de Veracruz encañonan a un miembro del ejército en el contexto, dicen, de la guerra contra el narcotráfico. No tiene remitente. Se incluyó totalmente fuera de contexto, comentando un reportaje sobre derechos de los peatones en la ciudad de México. No se cómo interpretarlo. No me gustó. Pero lo voy a aprobar porque defiendo la libertad de expresión y hacerlo es parte de mi coherencia como defensora y como periodista.